Molière
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La ventaja de no estar entre los Siete Grandes es que Sánchez no puede organizar en pleno agosto una cumbre en Benidorm, como ha hecho Macron en Biarritz, el lugar de las dos rocas nombradas en lengua eúskara, donde los vecinos son obligados policialmente a mantener cerradas ventanas y contraventanas, como los burgaleses del Cid cuando el destierro.
Macron es un personaje cómico, de Molière, y Biarritz es la ciudad donde César Vallejo se asomó a España (“el suelo castellano, siete veces clavado por los clavos de todas las aventuras colónidas”) y donde siempre parece que os va a ocurrir algo extraordinario, mas donde nunca pasa nada.
–Cuando un mes de agosto se anunció la ejecución de Sacco y Vanzetti –contaba Fernández Flórez aquí– una manifestación fue detenida por los guardias, sonaron tres disparos y cayó muerto el caballo de un gendarme. Los diarios locales aseguraron que los disparos eran de extranjeros y que el caballo había fallecido en el acto, sin sufrir absolutamente nada, para tranquilidad de los ricos veraneantes americanos.
Hablar es barato, dicen los yanquis, y Macron se ha hecho una fama de intelectual por lo que habla mientras apalea a los chalecos amarillos sin reproches en los medios: cambia “nación” (malo) por “patria (bueno) porque es “chic”, levanta una “Grande Armée” para plantar cara a los useños y delante de un Calvados es capaz de dar órdenes… ¡a Inglaterra!, olvidando que si en el continente no estudiamos hoy el alemán como lengua vehicular, no lo debemos al país de Macron, sino al de Boris, el político más largo, de largo, que hay delante.
Churchill, en efecto, amó la cultura francesa (claro que la de la “Belle Époque”, cuando los mendigos de Bonafoux pedían en la Bolsa de París al grito de “A bas la France!”), y hasta tenía en su despacho de primer ministro un busto de Napoleón. Macron (político huero que, como Merkel, no tiene hijos y juega a organizar la Europa de los nuestros), aspira a que Boris lo cambie por uno suyo. “Some chicken! Some neck!”