Nerva, el Suaviter,
primero de los cinco emperadores buenos
Hughes
Abc
Está de actualidad la cuestión de las primarias (las elecciones, no las otras). Es habitual, incluso en este minúsculo blog, el comentario del modo de sucesión que existe en el PP, puramente digital, digital de dedo. Es algo así como una potestad más, la última, del líder.
Está de actualidad la cuestión de las primarias (las elecciones, no las otras). Es habitual, incluso en este minúsculo blog, el comentario del modo de sucesión que existe en el PP, puramente digital, digital de dedo. Es algo así como una potestad más, la última, del líder.
Hace unos días, Ignacio Ruiz-Quintano citaba en una de sus columnas a Carl Schmitt, quien consideraba como una de las características jurídicas más asombrosas del régimen nazi precisamente la sucesión:
–Siendo la cabeza infalible de la Iglesia católica, el Papa no nombra a su sucesor. En cambio, Hitler designó a su sucesor como si fuera la cosa más natural del mundo.
Salvando las distancias (salvando todas las distancias, incluso más allá de todas), también el PP funciona así. Es el modo habitual de designación del líder. El modo tradicional de reproducirse, de continuar. De ser, vamos.
Pero el régimen que señalaba Carl Schmitt no es, por fortuna, el único comparable. Hay otro ejemplo en la historia, y de mucho mejor recuerdo. Hay que irse a Roma, al siglo II. Los conocidos como “Cinco emperadores buenos”: Nerva (Nerva el Moderado), Trajano, Adriano, Antonio Pío y Marco Aurelio, todos ellos con una sucesión no hereditaria, sino por elección del gobernante. El Imperio pasaba de uno a otro según el criterio del Emperador, que elegía al mejor para el cargo. Esto fue así hasta Marco Aurelio, sucedido por su hijo Cómodo.
No se crea, sin embargo, que la elección era completamente libre; se elegía entre parientes, dentro de la familia, y se adoptaba al sucesor. Todo tenia una explicación: estos emperadores no tuvieron descendencia masculina directa.
El periodo de los cinco emperadores duró unos 96 años y se conoce como la Dinastía Antonina. Se recuerda como época de bonanza, otro siglo de oro romano. De alguna forma, el modo de sucesión alterado refinó el funcionamiento de la institución. Cuando se rompió el modo de designación por nombramiento del gobernante y Cómodo, hijo de Marco Aurelio, sucedió a su padre, la crisis regresó a Roma.
Este “modo antonino” es al que de alguna forma responde el PP. Así desde Fraga, con Aznar (y Hernández Mancha) y con Rajoy. Funciona como una costumbre por todos aceptada, respetada.
De hecho, este sistema de designación (algo así como un delfinato) quien lo instaura en el siglo XX español fue Franco, pues ¿qué, si no, hizo con Juan Carlos I? Fue más claro todavía porque con él hubo una forma previa de adopción.
Creo que fue Pemán, y hablo de memoria, el que dijo que para la sucesión de la Jefatura del Estado se había echado mano de una institución civil del derecho romano: la “adoptio”. Es decir, adoptar a alguien que está bajo patria potestad de otro. Eso hizo Franco con D. Juan Carlos. Algo romano, del cesarismo romano, en el siglo XX español. La originalidad es extraordinaria.
De modo que, en cierto modo, la derecha española vive en algo parecido a un periodo antonino, antonino-galaico, para ser más precisos. Esta forma sucesoria no es republicana, desde luego, pero tampoco del todo monárquica. Es un refinamiento, pues introduce la elección (la selección) dentro de un conjunto de posibilidades ya sí pseudomonárquicas, esto es, cercanas, familiares, parentales o cuasigenéticas.
(El improbable lector que haya llegado hasta aquí puede sufrir en los próximos días, semanas quizás, un “deja vu”, esa no del todo agradable sensación de que algo ya se ha vivido. Yo se lo explico: leerá partes del contenido de este humilde texto reproducidas, sin mención alguna, en columnas de papel. Queda avisado el lector, el heroico y amado lector.)