miércoles, 31 de agosto de 2016

“Es usted único”


Hughes
Abc

Tras diez horas de debate, y con más cronistas y analistas que diputados -y en no pocos casos más fieramente partidistas-, hay poco que añadir. La pretensión de decir algo nuevo, algo de interés, es una ingenuidad. Las neuronas han recibido un maltrato severo.

Queda ya lejano el discurso de Sánchez a primera hora de la mañana. Algo ha pasado con él, algo más que la Vitamina E. La estrategia veraniega del PP, el “Sánchez, ríndete”, parece que ha creado un asomo de líder donde no había nada. Le han dado un motivo, algo que decir. De hecho, hasta usó las palabras de Rajoy. Hubo un momento cómico en el que se citaron mutuamente para replicarse. Había algo de virtuosa comedia matrimonial y un “cuelga tú” a lo Pimpinela en las réplicas. Sánchez algo de opositor sí tiene, porque exasperó a los dos Rajoy: el chulesco y curricular que presumió hasta del Pacto del Majestic, y el otro, el indefinible y sinuoso, el de perogrullo, que llegó a su máxima expresión en la pronunciación de la palabra “vericueto”, de una malignidad y musicalidad asombrosas. Al decir “vericueto” cambió de mirada varias veces.

Pablo Iglesias, por el contrario, se desdibuja. Evacuó en rap, pero con una mano en la cintura cual jotero, una concatenación inverosímil de simplificaciones. La gente, los pobres, los ejecutivos, los del IBEX… Ni siquiera dice ya “élites”. Sería insuficiente hasta para debatir con Inda. Rajoy disfrutó en las réplicas y sus abusos brillaban, un poco más atrás, en la sonrisa sádica de Hernando. Fue una escabechina. Sobre todo porque se vio, y Rajoy no lo ocultó, que se lo reserva. Se guarda a Iglesias como un jamón para ir consumiéndolo loncha a loncha los próximos años. Se lo dijo: “Usted y yo nos vamos a seguir viendo muchos años”. Y algo muy pontevedrés se le encendió al decirlo.

En los términos de Juego de Tronos que le gustan a Pablo (y a todos, que no estamos ya para Homero): él es Theon Greyjoy en manos de Ramsay Bolton (Rajoy), que se lo irá merendando al ritmo deseado. Iglesias más que un populista es un salazón.

“Grafitero”, se llegó a decir, y algo hay. Iglesias ha cumplido su función, ha dividido a la izquierda, ha integrado la indignación y para ello le han puesto una pared en el Congreso, para que pinte monas sin molestar.

Hay algo en Iglesias que no cambia. Sus citas son de un maximalismo estremecedor. No es que se ponga pedante. Se pone pedante, cursi y truculento a la vez. La verdad es que para conseguir ese efecto hay que escoger muy bien los autores. No es cualquier cosa. Su discurso es un crescendo en el que no respira. Yo creo que lo entrena en apnea. Torácicamente engaña, Iglesias.

Es curioso, pero en contraste qué académica sonaba la izquierda de Garzón, que hasta en el aspecto se ha especializado en ese irreductible sector intelectualizado de sus votantes. Lo primero que hizo fue subir el nivel: “Desde el punto de vista éticopolítico…”. Hay viveza en Garzón, en ese buscarse un nicho.

El nicho, el rinconcito, el subsector específico. Quien consigue eso tiene mucho hecho. Ya tiene su “circunstancia”. El que no, va dando tumbos.

Mientras todo pasaba, las cámaras enfocaban a Rivera, que estaba siamés con Girauta, muy pegado. Y por alguna razón Girauta pesaba más en el plano. Visualmente, esta fugaz legislatura podría recordarse así: la de los planos de Girauta, la actualidad de España reflejada en el rostro boquiabierto, descolgado de Girauta, que es un caviloso maxilar, de los pocos con entidad facial comparable a Rajoy.

La intervención de Rivera llegó demasiado tarde. Habían hablado los de Unidos Podemos (la portavoz de Las Mareas habló de “las precarias”) y Rivera comenzó pasada la hora del aperitivo, muy tarde para un hombre de Estado. Confieso que yo ya estaba “soñando tortillas”, que dicen en Cataluña, y el centrismo suyo me pareció indigerible. No es un centrismo ligero y distante, de la quietud, de estarse quieto, que para eso uno está en el centro, sino lo contrario: un centrismo de estar en todos lados. Esto descoloca todo, claro. Es abusivo, incansable, un centrismo que debería centrarse.
Va de señor del loctite a recomponer los jarrones ajenos, de querubín que pasa el salero cuando no se hablan dos en una mesa. Rivera es un centro expansivo, invasivo, que además no deja espacio. En algún momento dijo “Nos gusta que corra el agua”. ¿Y el aire? ¿Que corra el aire no? Rivera busca “espacios comunes” con todos, “lo que nos une” con todos, y ha renovado cansinamente el “Por España”. Entre él e Iglesias han descafeinado hasta el falangismo. Rivera, con más reformas que minutos para exponerlas, volvió incluso (¡a estas alturasa!) a lo de la Nueva Política: “El decadente bipartidismo…”. Pero más decadente parece lo emergente.

La impresión es que Ciudadanos ha renovado el españolismo de Rajoy y fecundará electoralmente su visión de Cataluña -que no era visión, era algo mudo, jurídico, estupefacto-. ¿Qué obtienen a cambio además de la mera supervivencia personal? Desde el atril, la sombra neogótica de Rajoy -como una gran ojera parlamentaria o un eucalipto caderón- tapaba a veces los semblantes ordenados y algo mustios de los señores de Ciudadanos.

Rivera dijo una de esas cosas candorosas que ahora se oyen constantemente: “Yo creo que todos somos libres e iguales… individuos”.

De alguna forma, Rajoy, Rivera y Aznar compondrían una ecuación casi perfecta. El reformismo perdido, melancólico, que no se cree nadie ya (esta misma tarde leía que Calígula, nada menos, también era reformista). Las piezas inconexas del regeneracionismo aquél.

Rajoy y Rivera, por cierto, comparten un gesto nasal similar, algo así como el tic de lo irrespirable. Un leve mohín de asco o de dificultad (asco democrático, en todo caso). Me los imagino en pleno pacto con esas caras de respirar helio que ponen los dos…

Por la tarde se produjo una de las mejores intervenciones del día. Aitor Esteban, del PNV, arrancó con cinco minutos brillantes de oposición. Puede que los mejores de la sesión -o “evento”, que diría Iglesias-. Le recordó a Rajoy que lleva diez meses sin control parlamentario. “¿A quién representa usted concretamente?”. Y resumió a Rajoy: cuatro años de mayoría absoluta y decretos-ley, y diez meses de ejercicio en funciones sin dar cuenta al Parlamento. Le faltó añadir un dominio envidiable del partido y algún requiebro al mismísimo Rey.

“Es usted único, señor Rajoy”. Y razón no le falta. Esto es ya, en sí mismo, un período, una fase histórica, un interregno suyo. Una crisis entre lo muerto y lo no vivo detenida en él. Rajoy como limbo y condena generacional. En fin, esto es conocido y ya se ha dicho.

Esteban es un político real, serio, en un país infantilizado. Habló mucho de productividad, con mucha propiedad porque los vascos no admiten que nadie les tosa en lo del I+D+I. Pidió la Y vasca -la y griega vasca en eusquera es un poco querer tenerlo todo- y desplegó, al discutir las inversiones del Estado, unas maneras tenderiles muy graciosas: “¡Anóteme también…!”. Los nacionalistas vascos y su elástica disposición adicional primera, su tira y afloja competencial, exhiben un nuevo anacronismo: “Queremos salvaguardar nuestra capacidad de decidir”. ¿Pero no parece que ahora todos decidimos menos?

Creo que fue Esteban a quien Rajoy respondió con algo sublime y mortificante: “Usted también representa a Pontevedra”.

En el Grupo Mixto llamaron mi atención las dificultades expresivas de Homs, un hombre poco extremoso en apariencia, pero de una cortedad oratoria notable -amén de algún lapsus gracioso como “mazazazo”, ese envés rumbero del catalán-. También Baldoví, con el que Rajoy estableció una honda conexión humana. Baldoví citó a poetas locales y a Lampedusa, que en sus labios parecía de Paiporta. Bautizó el Pacto de C’s y PP como el Pacto del Gatopardo. ¿Por qué no tuvo la audacia de llamarlo “El Gatopacto?”. Baldoví, que es un hombre de una afabilidad mediterránea innegable, pidió un esfuerzo de alternativa para lo cual “eran necesarios más síes que ‘nones’”. Los lapsus del grupo Mixto darían para mucho, y eso sin entrar en la portavoz de Bildu. Llevaba la chapa de Otegi en el pecho como si Otegi fuera Jimmy Carter. Escuchándola desgranar el discurso “radical multicolor”, que diría Rajoy, cualquiera se preguntaba en qué se nota ya que los de Bildu no son como los demás.
Es verdad que pegando mucho el oído se percibía un desbocamiento algo truculento aún, una naturaleza ibérica muy marcada e incluso temible en sus “’Ya está bien!”, en los brutales participios en “ao”. Algo aún por desbastar, agreste más que rústico. Montaraz. Pistas que la superficie de su discurso naif y universalizado consiguen ocultar. Un discurso que hablan casi todos. Una especie de idioma-salvoconducto.

Quizás en la próxima legislatura el Grupo Mixto ya cuente con PACMA. Qué maravilla será, a esas alturas del debate, pasar de los seres humanos a los animales y sus preocupaciones. El problema será, claro, para la Comunidad Autónoma cuyos intereses sean defendidos inmediatamente antes que los de PACMA. ¡Qué sensación de eslabón perdido tendrán entre el humanoide español y el animal común! A ver cómo reparte eso la Mesa del Congreso.

Quizás siga entonces Ana Pastor, tan seria como un rapa nui. Cuando cumple el reglamento el gesto se le eterniza un poco por la comisura, como a una damisela de Avignon.

En fin, qué día.