martes, 9 de agosto de 2016

GB

Aquella mañana de agosto de 2015 en Niembro

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Todos los fines parecen como recortados con tijeras, dice un personaje de Dostoyevski.

    –Una vida termina, empieza otra y esta otra termina; empieza una tercera, y así indefinidamente.
 
Hemos llegado a un mundo en que sólo si eres octogenario y tienes el talento artístico y la independencia económica de un Clint Eastwood (¡el “Bueno” de Leone cumple 50 años!) puedes decir lo que piensas (en el caso de Eastwood, que Trump es éticamente superior a Obama).
 
Y en este mundo posmoderno de monos mudos, sordos y ciegos, se nos ha muerto, como una vela, Gustavo Bueno, dos días después de que muriera su esposa, Carmen, postrada durante años. Esperó a ser el último, y apagó la luz.

    GB, el profesor que suspendió a un curso entero por no saber escribir en español, dijo siempre lo que pensaba. (Como Pepín Bello, que con 101 años se ponía los zapatos de los domingos para recibir visitas y aún se las tenía tiesas con un ministro sacamuelas, López Aguilar, que le afeaba que fuera por ahí diciendo que Lorca no era de izquierdas).

    España, que nunca transigió con el talento y la independencia en la misma persona, ha extendido al mundo entero su Trento (¡esta socialdemocracia tridentina!), y hoy, el que se mueve, da igual el lugar, no sale en la foto.

    –Lo peor es el sentimiento servil que hace obedecer.
 
En una mañana de agosto como ésta, hace un año, tuve la fortuna de acompañar a Hughes, para una entrevista, a la casa asturiana de GB, que nos hizo el regalo de devanar la “symploqué” (hablaba como si portara en las muñecas una madeja de cuyo hilo uno tirara), apuntalando cuanto pudiera bambolearse en nuestra admiración por un sabio que escandalizaba (en España el sabio pasa por gamberro, y el gamberro, por sabio) sólo con decir lo que pensaba.
 
Ahora que él se ha ido me sonríe aquel capitán suyo de la mili (“que era de Burgos”) que reclamaba la razón en las discusiones que se le torcían con una declaración como de Dostoyevski:
 
¡Yo tengo la fe de Abraham!