Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Una tarde, cuando a los toros los sacaba del caballo el matador y no el peón, un peón que veía que su matador se hacía el loco espantando moscas por la cola del caballo para no tener que ir al toro, gritó famosamente:
–¡A lo negro, maestro, a lo negro!
En la corrala política nos venden que ese peón que grita “¡A lo negro!”, digo yo que a Rajoy, es Rivera, y hasta del desván de los estudios Bronston sacan a Felipe González para que diga que a Rivera le cabe el Estado en la cabeza, cosa que en su día ya dijo de Fraga, porque González, que vive de la memoria de pez que caracteriza a la sociedad española, es en lo suyo una mezcla de Mario Moreno Cantinflas y madame Duchâtelet, la que, al decir del secretario de Voltaire, no tenía inconveniente en desnudarse delante de sus criados, por no considerarlos hombres.
González no considera a los españoles políticamente adultos: lleva razón, sólo que él, mandadero de los alemanes, es el mayor responsable de habernos prolongado la infancia.
El toro de España no es hoy la presidencia del gobierno, sino el sistema que lleva a ella, que rompe, por agotamiento, por todas las costuras, y la del separatismo (consecuencia principalmente del sistema proporcional, impuesto en el 77 por González contra el criterio de los Fraga y los Miranda, que tenían la fascinación de lo inglés) es la más tremenda.
Ver a Rivera predicar la “regeneración” (“regeneración” implica “cirujano de hierro”, que en este caso podríamos estar hablando de Felisuco) es, por lo hueco, como oír a Joaquín Costa poniéndote una concha de cañaílla en la oreja. La partidocracia no se regenera; la partidocracia se renueva, y lo hace por cooptación, como en el caso del Gordo que, “desde una posición de izquierda”, persiguió a Gabriel Cisneros entre los coches de la calle de Lope de Rueda y que hoy se presenta en sociedad como el Vercingétorix de Elgóibar.
–¡A lo negro, maestro, a lo negro!
Y todos los maestros detrás del caballo.