Hughes
Abc
La aparición de Rajoy, por fin con el permiso del decisivo y omnipotente Comité Ejecutivo, y la posterior rueda de prensa de Villegas (Ciudadanos) confirma las cosas.
Rivera se sentará con Rajoy, pero no negociará. Nada se ha dicho de sus condiciones, así que habrá reunión, confirmada, pero no negociación. Reunión no-negociante. Como mucho, habrá una negociación previa de las seis condiciones -que eran innegociables-, como paso previo a un desbloqueo para poder desarrollar la negociación previa a la negociación plena.
Conviene recordar dónde estábamos. Tras las elecciones, y siguiendo, si no recuerdo mal, el artículo 99 de la Constitución, Rajoy, el más votado, aceptaba el encargo del Rey. En el Congreso se votará la investidura.
Sobre este proceso ha habido dos fuerzas imparables.
Una horizontal, temporal, de Rajoy. El artículo se ha estirado, se le ha aplicado el “sine die” (ah, Ana Pastor, la mejor reputación ya tiene una mancha…) y el cumplimiento de un artículo, de un trámite, se ha teatralizado, alargado a voluntad. La dilatación de los procedimientos, genialidad de Rajoy. Incluso hay evoluciones o regularidades escénicas: escena de sofá, escena de mesa, escena de congreso. Tres, digamos, instancias bien definidas.
Pero sobre esta fuerza temporal llega otra, profunda, hacia dentro, de Ciudadanos. Rivera vive creyéndose Suárez, en ese revival de la Transición a veces tan extraño. Como hombre de consenso ha contribuido a lo siguiente: la votación en el Congreso se somete a una previa negociación que exige, previamente, de seis puntos que han de ser aceptados, pero que una vez expuestos, admiten a su vez una discusión previa, la que se producirá entre los dos líderes. Es decir: Rajoy y Rivera han de abrir un candado (primer desbloqueo) para llegar a una segunda negociación (segundo desbloqueo) que lleve a la definitiva (tercera), que ni depende enteramente de ellos, ni está dentro de sus enteras potestades, pero ese es otro tema. Un tema aburrido.
Es decir, que al pacto (¡al consenso!) le sale un pre-pacto, sometido a su vez a una negociación bilateral previa. El consenso dibuja así formas fractales, el consenso se multiplica, se hace infinito, se prolonga sobre la eternidad del tiempo rayojita como una sucesión de muñecas rusas pero en espiral, enroscándose, como formando un ombliguillo.
Hay que repetirlo: para que esto sea posible es necesario un potencial de pacto sobrenatural (el de Rivera) y una absoluta relatividad del tiempo, una eternidad (la unidad temporal rajoyita del “veremos”). ¡Dos auténticos maharishis de la política! Rajoy toca la tabla, Rivera ejecuta el sitar.
Adopta todo la forma de la sucesión de Fibonacci, que sabemos estaba en la naturaleza, pero que también está (¡prodigio!) en el consenso español, en la constitución española.
Para un determinado consenso, ¿cuántos consensos previos son necesarios o posibles?
¡Consenso de Fibonacci! Eternidad Rajoyita de estirador de trámites burocráticos aprovechada por Rivera para una espiral psicodélica (qué flipe) de consensos y consensillos y miniconsensillos!
¡Retorno definitivo a los mejores 70!