Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el chiringuito, y sin Gobierno, podemos hablar del Estado.
Gobierno y Estado son dos cosas que en España todos los políticos (y sus votantes) confunden. De hecho, ahora mismo, para un español el Estado sería Rajoy, “la vieira de la Nación”, por emplear la metáfora con que Renan (“la concha de la Nación”) nombra la relación orgánica entre la sociedad y el Estado en el Antiguo Régimen, cuyo triunfo (que no su ruina) es la Revolución francesa.
El Estado era lo que estaba, pero el Estado ya no es lo que está, sino lo que está bien, es decir, el bienestar, una apetencia propia de los tiempos de igualdad, que es, a costa de la libertad, la ideología socialdemócrata.
El Estado del bienestar (mezcla de la “Rerum Novarum” de León XIII y las leyes sociales de Mussolini) es el orgullo del europeo continental. El Estado (“inspectores y medallas”) alcanzaría su cumbre literaria con Lenin, Mussolini y Hitler, pero su cumbre política fue el “Te Deum” en Notre Dame por el asalto de la chusma a la Bastilla.
–El derecho romano en todas partes ha tendido a degradar a la sociedad política, ya que fue principalmente la obra de un pueblo muy civilizado, pero muy servil –anota Tocqueville, que ya denuncia la grande mentira de que el espíritu de libertad naciera en la Francia del 89.
Tres años en Inglaterra y el cantamañanas de Voltaire no se enteró de la libertad política, que siempre despreció. “Puesto que hay que servir, mejor hacerlo bajo un león de buena casa y que ha nacido mucho más fuerte que yo, que bajo doscientos ratones de mi especie”. Resumido por el Séneca: “Si hay que ser cochero, serlo de un marqués”.
En el continente, la libertad sólo se concibe (cinismo russelliano) como “derecho de obedecer a la policía”.
–Hay ingleses –asómbrase un emigrado– que se felicitan de haber sido robados, diciendo que por lo menos en su país no existe la gendarmería.
Los europeos son esos que llaman fascista a Trump porque pide que se costeen su libertad.