San Roque... y el perro
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Llevo un verano convertido al nomadismo del amigo Melquiades, con amaneceres en los que dudo si despierto en Cádiz o en la Demanda, en los Montes de Toledo o en Córdoba. Madrugadas hay en las que suena el despertador llamando al deber inexcusable y reconozco el sudor familiar que mana a partir de las cuatro o las cinco cuando apagamos el aire acondicionado en procura de las dos o tres horas en las que intentamos descansar del frescor artificial. Esas madrugadas son cordobesas, por lo que escapar de Córdoba por la estación téngase por necesidad y el que un servidor cumpla sus compromisos en distintas geografías tómese como consecuencia de dicha necesidad. Subo y bajo el mapa de España a tercer o cuarto día gracias a un horario extraño que me han puesto y al que estoy totalmente agradecido.
Llevo un verano convertido al nomadismo del amigo Melquiades, con amaneceres en los que dudo si despierto en Cádiz o en la Demanda, en los Montes de Toledo o en Córdoba. Madrugadas hay en las que suena el despertador llamando al deber inexcusable y reconozco el sudor familiar que mana a partir de las cuatro o las cinco cuando apagamos el aire acondicionado en procura de las dos o tres horas en las que intentamos descansar del frescor artificial. Esas madrugadas son cordobesas, por lo que escapar de Córdoba por la estación téngase por necesidad y el que un servidor cumpla sus compromisos en distintas geografías tómese como consecuencia de dicha necesidad. Subo y bajo el mapa de España a tercer o cuarto día gracias a un horario extraño que me han puesto y al que estoy totalmente agradecido.
Por San Roque suelo acercarme a Arroba de los Montes, que lo son de Toledo, el pueblo de mi doña, donde aún se sigue honrando al patrón como hacemos en las aldeas de la Vieja Castilla. Mi doña y todas sus paisanas estrenan vestido por las fiestas, y los hijos, camisa y pantalón de persona seria. En el pueblo de mi doña no se cabe en la iglesia en la misa mayor, pero los que quedan fuera esperan para la procesión de la Virgen de la Asunción el día 15 y de San Roque al día siguiente. Personalmente creo que lo que hace más pueblo a un pueblo tiene mucho que ver con el santo que lo protege. La Virgen de Agosto es fiesta en España en general y en muchas localidades en particular, pero estar tutelado por San Roque a otro día de la Virgen ó Santa Ana, un día después de Santiago, concede una distinción que parece ennoblecer a Arroba, un poner, o a Palacios de la Sierra, donde tanto he disfrutado y donde mi primo Agustín bailaba y baila la jota durante toda la procesión sin perder la cara a la abuela de María avanzando de espaldas hasta acabar en el atrio con una chospona de Padre y Muy Señor mío. Que tu patrón sea San Cristóbal, San Paulino o San Bartolomé ya es de notable y ¡bueno! que lo sea San Esteban Protomártir, como el de un servidor, de sobresaliente cum laude.
Dicen mis amigos andaluces que la Santa Ana de Palacios es “fea”, sin sospechar los conocimientos del imaginero sobre la fisonomía de los judíos de los tiempos de Jesús. No la voy a sacar aquí, porque son ustedes capaces de dar la razón a la sensibilidad artística andaluza, pero sí me atrevo a cuestionar, y perdonen los arrobeños el atrevimiento, la figura del perro de su San Roque (hay una leyenda que dice que en año de hambruna cambiaron al santo por un cerdo con el vecino Fontanarejo y para espantar la peste optaron por encender las luminarias de las que ya dimos cuenta por San Felipe.
El perro del San Roque de Arroba a mí no me parece perro de pueblo, sino de piso de capital, y desde que hicieron el Guggenheim en Bilbao no puedo dejar de acordarme del museo cada vez que veo la procesión y ese desfile de vecinas que tanto da que hablar en la comida, después de cuatro vinos y torturados por la canícula tan inmisericorde como el calor “omeya” cordobés. Al menos en Córdoba combatimos “la caló” con aire acondicionado. En Arroba intentamos engañarlo con un ventilador. ¡Uffff!
Guapas en la procesión