Lavoisier con cuello de guillotina
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Antoine-Laurent de Lavoisier fue un químico (“mira, como Rubalcaba”) que fundó la química moderna y con eso compró un cargo que le confería la nobleza, pero entonces vino le Revolución, y cuando quiso votar en el tercer estado fue expulsado del colegio electoral, pues había perdido, por noble, el derecho a votar con los plebeyos. Acabó en la guillotina con que Pablemos y Errejón quieren recorrer España, como los afiladores, en una “kangoo”.
–Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar –protestó Lagrange.
No otra cosa fue la Ilustración.
Pensemos en Lavoisier, si queremos entender las tribulaciones del novato Snchz, copado por el aparato de propaganda del Estado en demanda… ¡de su abstención!
Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo.
Una abstención, una abstención, mi reino por una abstención.
Es de justicia poética que los despachos oficiales del Estado de Partidos en Madrid (como en Barcelona) estén presididos por una cruz de Tàpies, el de la cara de indio comiendo bicarbonato.
–Tuvo Tàpies –escribe Ullán– el insólito aliento de transfigurar en espíritu, admirable y palpable, la letra del murmullo escurridizo: “Llevamos un tesoro en un vaso de barro”.
Uno, abstencionario de toda la vida, sabe que la abstención es el terror de la partidocracia, que vuelca toda su propaganda en llevar a la gente a votar. “Lo que sea, pero que vote”. Piperos de la politología (bobos solemnes, en lenguaje mariano) hay que tienen los santos redaños de pedir el voto obligatorio. Y ahora, por amarrar el tesoro del vaso de barro, el Estado de Partidos se rebaja hasta la humillación para mendigar de Snchz una triste abstención. Con un gobierno sin oposición, ¿qué van a pensar de la democracia los niños?
Un paisano muy facha (e influyente) de Lavoisier, François Quesnay, lo dejó escrito:
–En un gobierno, el sistema de los contrapesos es una idea funesta.