Abc
Kevin Costner, que disputa a Andy García el título de actor más cuesta arriba de Hollywood, dice sentir curiosidad… por la política española. No es para menos.
Un ciudadano americano que asista al espectáculo de la investidura en Madrid se flipará como cualquier turista español que de paseo por Shanghai diese con un cartel de toros (“touniu”, en chino) anunciando a José Ignacio Ramos.
Cuarenta años después del advenimiento de la Democracia (en la jerga tolái de los fray Gerundio “dios” se escribe en minúscula, y “Democracia”, en mayúscula), la politología de los “demócratas de toda la vida” ha llegado a las siguientes conclusiones: el sufragio universal es peligroso, pues votan los viejos, y votan derecha y “Brexit”; las votaciones son caras y no deciden nada; la oposición política es “boicoteo” (politólogos hay que en Pdr Snchz ven la reencarnación de Serguéi Necháyev, el demonio nihilista de Dostoyevski).
Otra curiosidad de la política española es que el converso, que representa acomodos, merece más respeto que el cristiano viejo, que representa principios. Por no señalar a los de aquí, tomaremos el ejemplo que en Francia ofreció Revel con motivo de “Heidegger et le Nazisme”, de Víctor Farias.
La actitud de los filósofos ante Heidegger era la prosternación idólatra y la disimulación del nazismo del autor: de pronto, todos aplazaron el hambre en Etiopía para defender el honor de la tribu (“pánico de viejas beatas al descubrir que el cura cosquilleaba a lo muchachitos”) mancillado por Farias.
¿Por qué Farias se encontraba privado del derecho a investigar el nazismo de Heidegger?
–Conocemos –escribe Revel– el principio: sólo los que han mentido o se han equivocado gozan del privilegio de rectificar el error (sin reconocer, en cualquier caso, su error). Los demás, los que no han dicho tonterías, están descalificados de entrada y se les ruega guardar silencio; es una cuestión de buen gusto.
La España de Mariano… y Kevin Costner.