El talento multidisciplinar de Amy Martin
(Colección Look de Té)
Jorge Bustos
Habíamos oído hablar del gol fantasma, del avión fantasma, de la
empresa fantasma, de los brotes verdes y ahora la impar picaresca
sociata nos presenta a la articulista fantasma, que no es exactamente un
negro literario, porque la espectral Amy Martin escribía como un negro pero cobraba como un blanco. Y blanco colonialista, oigan: 3.000 pavos el artículo, que ni Ruano en la cresta de su gloria ni el dandi más mimado entre los veladores del Café Gijón. Ni el mismísimo Arturo Pérez-Reverte recién regresado de Mostar con la libreta salpicada de cuajarones de sangre serbia.
Si hubo un tiempo en que nuestra febril imaginación fantaseaba con emular a Julio Camba, hoy ya sólo envidiamos el talento multidisciplinar de Amy Martin,
que lo mismo disertaba sobre la central de Fukushima que sobre la
medición de la felicidad o la industria del cine en Nigeria, siempre con
la sobrada competencia que en España sugería la reverberación americana
de su nombre. La amplitud de sus intereses, la versatilidad de su
pluma, el descaro de sus facturas la elevaban –del mismo modo que su
tocaya Amy Winehouse pasaba por reina del soul– a reina de la colaboración a tanto la pieza: auténtica María Dueñas del párrafo de progreso. Porque Amy arrendaba sus cogitaciones a la Fundación Ideas, título sin duda excesivamente generoso para un think tank fundado por Jesús Caldera –a quien no vemos moderando un debate entre Popper y Wittgenstein– a instancias de Zapatero, cuya bibliografía se limita al preámbulo de la Ley de Memoria Histórica y un prólogo a Borges en
edición de bolsillo. El propio Zapatero, alquimista de la nueva
feminidad, había ensayado con diferentes carteras ministeriales como si
fuera Mendel con sus guisantes en pos del encaste
frankensteiniano de la perfecta progresista, y he aquí que una noche de
tormenta un relámpago quebró el negro cielo y bajando por el pararrayos
de la Fundación Ideas confirió vida mercantil a la fantasmagórica
criatura, que en ese momento se incorporó y rompió a escribir lugares
comunes de la socialdemocracia como si los fueran a leer.
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