El mercader de Venecia
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la oficina de Tomás Gómez aparece una fosa común y en las hamburguesas de Irlanda aparece falda de caballo, que a ver quién aguanta a Savater, nuestro Tom Booker (Robert Redford en “El hombre que susurraba a los caballos”) cuando se entere.
¿Qué pasa en España?
Pasa que la socialdemocracia nos ha extirpado el ancestral rencor y lo perdonamos todo, desde que Bolinaga se pegue sus chispacines mañaneros en la cantina, tan terne, hasta que Sara Carbonero diga “produció” y “transferencias de sangre” mientras le levanta el rodillo al espíritu de don Santiago Bernabéu.
–Y no se olvide usted de los quinientos indultos de Gallardón.
Gallardón, en efecto, fue el alcalde que taiwanizó Madrid y es el ministro que taiwaniza la Justicia, donde los convictos por una puerta entran a pie y por otra puerta salen en bicicleta.
–La clemencia es dos veces bendita, porque alegra al que la da y al que la recibe –dice Shakespeare en “El mercader de Venecia”–. Es el poder de los poderes.
¡El poder de los poderes!
Gallardón, que debe de ser el último negrito en el Agatha Christie de Rajoy, comenzó su carrera política adquiriendo a “Remondo”, un penco de carreras (y aquí nos olvidamos de las hamburguesas) destinado a publicitar la imagen de Madrid en los Juegos de Atlanta, donde el incendio de Red Butler, y ha terminado ejerciendo “el poder terrestre que más se parece a Dios”.
¡Por la caída del caballo hacia Dios! Como San Pablo, el Amy Martin (en inocente) de Irene Lozano.
La campechana clemencia de Gallardón es de raíz española: tiene pintas de despacharse en el desayuno, entre porra y churro, como despachaba Franco el papeleo (una mano en la firma y la otra en el chocolate con soconusco) y como si fuera lo mismo indultar al anuncio de Tío Pepe (cosa que hizo como alcalde) que al amo de llaves de Ortega Lara (cosa que ha hecho como ministro).
¿Quién no se emocionó alguna vez con el “¡Abrid las prisiones!” de Danton?