Abc
La Troika llegó ayer a Madrid no sé si a examinar la tapadera de Las Ventas del Espíritu Santo, que era una cosa muy pija, un cesto de Estrasburgo (“el progreso es el progreso”, presumía el empresario antitaurino de la plaza), pero la tapadera se la llevó el viento y a la Troika no le quedaría otro remedio que pasarse por Lucio a despachar un cochinillo.
Tratándose de Las Ventas del Espíritu Santo, los ingenieros de la tapadera se habían inspirado nada menos que en la cúpula de San Pedro en el Vaticano, sólo que Ignacio González y el señor Cerveró han tenido menos suerte que Julio II y Miguel Ángel.
¿Para qué una tapadera en Las Ventas?
Para ganar más dinero.
El pretexto era la comodidad de los piperos. Miren ustedes la emoción que habrá hoy en un ruedo, que la gente va a la plaza a pelar pipas.
–Con calefacción y sin viento, que molesta al esparcir las cáscaras.
Con viento huracanado hizo César Rincón su faena al colorado de Moura, pero ya tenemos dicho que en la moderna tauromaquia (“¡no podemos ir contra la modernidad!”) no importa el ruedo, sino el tendido, obligado a estar pendiente, no del toro, ayuno de casta, sino de la tapadera, que por mala suerte, y en año 13, siempre podía venirse abajo.
Con la tapadera, pues, volvía el peligro a los toros: un peligro filisteo, que ya veo al Rosco, que es marmolista, aguantando como un Sansón del Guadalix los chiclés de la tapadera, ese cesto de Estrasburgo (¡si viviera Giménez Caballero!) que la Troika no ha podido admirar.
–Es que con la tapadera se reducía el aforo, y así la plaza daba la sensación de llena –explica un promotor de la tapadera en plan Baudrillard.
Pero si la plaza no se llena es porque los promotores de tapaderas no van a los toros.
Y yo, si vuelvo a Las Ventas, será porque vaya del brazo de mi amigo don Javier López, que es bombero, mal que le pese a don Bergamín Arniches, que en la andanada frunce la napia y musita:“¡Cállese, bombero!”