Plaza de Cervantes en Alcalá de Henares
Las tres plumas: la de la obra, la de la estatua y la de la cigüeña
Jorge Bustos
El mismo día que se presentaba la septuagésimo primera edición de la
Feria del Libro de Madrid –que entre otras cosas servirá, supongo, para
aprender a decir septuagésimo primera–, me soplan que Julia Otero ha revelado que Almudena Grandes no
se depila la sobaquera. Ignoro si se trata de marketing editorial para
colocar novelones guerracivilistas entre los lanudos lectores de Hessel o
si la frondosidad axilar se incluye entre las premisas cosméticas que
rigen en la última de las edades de Lulú. Cada cual vende su libro como
sabe y aquí no vamos a subirnos a las barbas de nadie, pero la anécdota
me viene al pelo para introducir el melancólico aquelarre libresco de
ayer en el Palacio de Cibeles, donde Ana Botella no
pudo oficiar por estar en Québec promocionando el olimpismo madrileño,
cuya candidatura se despierta innominada cada cuatro años como el
recalcitrante dinosaurio de Monterroso.
Qué bárbaro, oigan, qué despliegue policial sólo por que le hablen a
uno de libros. Hacen que te sientas como Montag, el pirómano-bombero
literario de la novela profética de Bradbury. Una
pareja de seguratas con un vago aire a los Estopa –parecen a punto de
murmurar “¡Qué escándalo, aquí se lee!”– me hace pasar el zurrón por el
escáner y también una bolsa donde llevaba un tupper parecido al de Rajoy, con un cuchillo carnicero olvidado en su interior.
—Oiga, caballero, ¿sabe usted que lleva un cuchillo ahí? ¿Para qué
quiere usted un cuchillo en la presentación de la Feria del Libro? —me
avergüenza a voz en grito uno de los Estopa en presencia de media docena
de periodistas de Cultura, que empiezan a mirarme como si viniera de
acusar a Salinger de beberse su propia orina.
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