Tito Sandoval, manejando con soltura de gran jinete al caballo, alegrando la embestida del toro y dando alegría al penco, consigue que el Flamenco, número 41, se arranque contra todo pronóstico
José Ramón Márquez
¿Qué pensará un ganadero cuando vea salir por los chiqueros uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis toros mansos como bueyes de carreta, bueyes de arado? ¿Qué pensará el mayoral cuando vea a los animales que ha criado y no vea seis toros sino tres yuntas de bueyes? Hoy los toros de Carriquiri, que no tienen nada de don Nazario Carriquiri porque estos Carriquiri del siglo XXI son Núñez a tope y su amo se llama Briones, trajeron a Madrid un recital de mansedumbre digna de estudio por los genetistas. Si hace un poco más de un año estos falsos Carriquiri de Briones trajeron una interesante y seria corrida en la que brilló por vez primera en Las Ventas la estrella de Iván Fandiño, hoy han traído un carro de mansedumbre y descastamiento con el que ha brillado con fuerza la estrella, o mejor aún la convicción de Javier Castaño.
Carriquiri de Briones trajo hoy a Madrid una corrida seria y bien presentada, con cuatro colorados y dos negros, de ellos un toro de 2008, cuatro de 2007 y uno de 2006. La mansedumbre de los cuatro colorados fue deprimente. Ver ese descaste, esa falta de interés por la lidia, ese cansino ir y venir de esos bóvidos por la vida sin ton ni son producía bostezos sin tasa y una notable desazón. Al final salieron los dos negros que en su mansedumbre fueron algo distintos a los que les habían precedido y de los que se dará razón más adelante. En conjunto se debe hablar de una pésima corrida y de un notable fracaso ganadero, lo cual nos lleva a recordar aquel viejo y olvidado aforismo del tiempo antiguo que aseguraba que ‘el mejor amigo del ganadero es el matadero’. Dicho queda.
Con este material tuvieron que vérselas Carlos Escolar, Ignacio Garibay y Javier Castaño.
Carlos Escolar Frascuelo es una debilidad de Madrid. Es un torero muy querido en esta Plaza, que cultiva una devoción por las formas que ya quisieran para sí casi todos los del escalafón. Hay quien dice que no debería torear, a su edad, pero esos no tienen ni idea de que Pedro Romero mató su último toro, el que le brindó a Isabel II, a la edad de 77 años. Frente a la cantidad de tuercebotas que vienen a Las Ventas y que no interesan ni lo más mínimo, olvidados aún antes de acabar de abandonar la Plaza, es un placer tener por ahí a este Frascuelo, torero por convicción, que viene a regalarnos pequeños detalles en su modo de ir al toro, de ponerse, de estar en la Plaza y de quien siempre estamos aguardando que, de pronto, brille la hombría de su seca verónica o que reciba a un toro por bajo con mando y con poder con sus formas clásicas que evocan un tiempo que definitiva y desgraciadamente terminará con él el día que se retire. Por ello es que le deseamos que permanezca activo, al menos, hasta la edad de Pedro Romero.
Ignacio Garibay cerraba la página de mexicanos en el San Isidro 2012. No se puede decir que la actuación de los aztecas en su conjunto haya sido digna de gran elogio. No ha habido ninguno que verdaderamente haya dejado un sello indeleble en Madrid ante el público feriante y bien que se siente que las cosas hayan ido así, que estamos deseando ver a un mexicano reventar Las Ventas. El último cartucho de México en San Isidro era Garibay, que tan bien y tan entero estuvo con aquel pablorromero en el año anterior y que hoy firmó dos actuaciones más bien anodinas. Bien es verdad que el buey de carreta llamado Violín, número 55, era un animal imposibilitado para el toreo por su mansedumbre, su descaste y sus firmes deseos de pasar a mejor vida sin que se le reconociese como toro de lidia, pero el quinto, el de casi siete años y 54 arrobas, Letrado, número 28, tenía otros palos que tocar que, justamente, son los que nos hubiese gustado que hubiese probado Garibay. El toro, manso como se dijo, se arramcó con rabia al picador en chiqueros después de mil capotazos y en ese furioso arreón de manso se sacó hasta los medios al penco y a Luciano Briceño, que iba encima. Garibay se fue decidido con la muleta hacia el toro y en la querencia que éste fijó, donde se quedó con el caballo, le presentó la muleta. El toro se lanza como un león sobre la muleta y esto ocurre cada vez que el torero se la pone y, especialmente, en las veces que le pisa un poco el terreno al animal. El bicho acomete con furia y queda la duda de qué habría ocurrido si Garibay hubiese intentado someter más al animal, tratar de recogerle en la salida de los muletazos y haberle pisado sus terrenos con mayor convicción. Estuvo aseado, como decían antes los revisteros, porque no se arredró ante la violencia de los cabezazos -más que embestidas- del toro, pero quedó por debajo de lo que esperaba de él. Mantiene su cartel y ya estamos deseando que la Empresa le ponga pronto, sin el agobio de la feria.
Y Castaño. ¿Qué decir de él, si salvó la tarde y con toda probabilidad la feria? ¿Qué decir de este Castaño que nos ha devuelto la alegría? Pues ni más ni menos que Javier Castaño ha traído hoy a Las Ventas, cuya blancuzca arena ha sido profanada hasta la extenuación en este sanisidro por tanta y tanta cultura tan cultural, el aroma del viejo y gran toreo, del toreo en extinción que se basa en los tres pilares y el colofón de la sabiduría taurómaca: parar, mandar templar y cargar la suerte.
El primer toro de Castaño fue uno de los colorados mansos de libro de esta tarde, Peluso, número 19, no tenía el más mínimo interés en embestir, pero Castaño hizo bueno el dicho de que si el toro no embiste, entonces debe embestir el torero y se empeñó en sacar leche de esa estéril alcuza que era el buey Peluso ante la desinteresada mirada de la inmensa mayoría de la Plaza, que ni siquiera reacciona cuando el salmantino le arranca a Peluso, contra su inclinación natural, un par de largos, mandones y templados naturales. En ese toro Javier Castaño regala a los cincuenta que se fijaban en él una declaración de principios de gran emotividad, porque frente al buey se coloca bien, ofrece la muleta planchada y tira de él aún a sabiendas de la dificultad del lucimiento. Faena de muchísima claridad de ideas, de gran unidad conceptual y de firme vocación de verdad que hace desear que llegue pronto el siguiente toro de este torero.
Y en el sexto, de pronto, la tarde es otra. Pone Castaño el toro de largo y Tito Sandoval, manejando con soltura de gran jinete al caballo, alegrando la embestida del toro y dando alegría al penco, consigue que el Flamenco, número 41, se arranque contra todo pronóstico. El toro se escapa del castigo conforme corresponde a su condición mansa y Castaño le coloca aún a más distancia para que Tito se vuelva a lucir con su alegre manera de montar y cite de frente al toro, que se vuelve a arrancar. Y por tercera y cuarta vez, con el toro ún más de largo en cada ocasión, vuelve a provocar Sandoval las embestidas de Flamenco echándole el palo en la cuarta vara con un estilo similar al de Anderson Murillo, como quien bendice. Grandioso tercio de varas y reventón de aplausos para un gran picador. Luego en banderillas, dos sensacionales cuarteos clavando en la cara de ese gran peón que es David Adalid son el preámbulo de una faena basada en la verdad y el compromiso que principia con una impresionante serie de redondos en la que el torero deja la pierna donde nadie la ha dejado en esta feria y en la que aguanta la embestida sin corregir la posición, a base de mandar al toro. Luego viene otra serie con idénticos argumentos y desde ahí se produce una faena maciza, concebida con unidad y sin apenas tiempos muertos, que finaliza en el mismo espacio de terreno que empezó y que tiene una ligera tendencia a menos, en los pases con la zurda y a medida que el toro se va apagando. Incomprensiblemente Castaño le pega al toro el absurdo invertido circular, incomprensible borrón en una faena marcada por su concepto clásico, deleznable peaje pueblerino.
Hoy Javier Castaño ha dado un aldabonazo en Madrid por el que algunos aficionados recalcitrantes e intransigentes llevábamos clamando desde el inicio de la Feria. Porque no vale desgañitarse, porque lo realmente importante es que alguien se ponga con verdad y demuestre que esos falsos reyezuelos que nos venden como príncipes coronados van totalmente en bolas, desnudos de toreo, llenos de trucos infames, de sucios engaños, de añagazas del Maligno para expandir la confusión y el engaño. Hoy, con decisión y con torería un hombre de Salamanca, un torero, ha vuelto a dejar las cosas en su sitio, haciendo que resplandezca la verdad. Gracias, torero. Nos vemos con la de Cuadri.
"Faena basada en la verdad y el compromiso que principia con una
impresionante serie de redondos
en la que el torero deja la pierna donde
nadie la ha dejado en esta feria"
"Con decisión y con torería un hombre de Salamanca, un torero, ha vuelto a
dejar las cosas en su sitio,
haciendo que resplandezca la verdad.
Gracias, torero. Nos vemos con la de Cuadri."
La papela de Abella
Los descamisados del palco-lonja presidencial
Paseíllo
Ignacio Garibay, Javier Castaño y Carlos Escolar Frascuelo
"Frascuelo es una debilidad de Madrid. Cultiva una devoción por las formas
que ya quisieran para sí casi todos los del escalafón"
Abella toma postura
Ignacio Garibay
Lo seguimos esperando
La manzana de la señora Williams
Pleitesía
Ahí hubo que picar a la mansada
Y el público lego pidiendo penalti
La merienda callada del toreo
(El cuarto de Telemadrid)
La Andanada
Tito Sandoval a lo Anderson Murillo
Reventón de aplausos
Saludo de David Adalid
"Faena maciza, concebida con unidad y sin apenas tiempos muertos,
que finaliza en el mismo espacio de terreno que empezó"
"Con decisión y con torería un hombre de Salamanca, un torero, ha vuelto a
dejar las cosas en su sitio,
haciendo que resplandezca la verdad.
Gracias, torero. Nos vemos con la de Cuadri"
Rojo, par y pasa
Situación de los actores al comienzo de la suerte de Tito Sandoval