Jorge Bustos
La situación llega a un punto en que el cronista parlamentario, sentado
desde las nueve de la mañana en la tribuna de Prensa, ya no puede
bostezar por temor a perderse el momento exacto en que accedan los
heraldos tecnocráticos de Draghi al hemiciclo,
disparando al techo balances deficitarios y deprimidas gráficas del Ibex
como pretexto para la intervención del país. Con la prima de riesgo
correteando en bolas por los mercados como si fueran la pradera
lisérgica de Woodstock y el BCE en plan orteguiano –mirando en lejanía
el plan de rescate de Bankia y murmurando: “No es esto, no es esto”–, el
hombre más buscado del Congreso no podía ser otro que Luis de Guindos. Al margen de Emre y Cebolla Rodríguez, fichados por su Atleti, ayer los periodistas le reclamaron que valorara todo lo demás. El Periodismo quería ser Tom Cruise ante Jack Nicholson y acorraló a De Guindos pretendiendo
que confesara que ordenó la prima de riesgo. Otra cosa es que las
respuestas del ministro de Economía satisficieran a alguien:
—Bankia no es un caso único... lo único que es la más grande. Lo que
estamos haciendo es acelerar el proceso de saneamiento. El Tesoro
español está perfectamente financiado. Una vez se disipen las dudas
sobre Grecia, la prima volverá a sus niveles normales. ¿Información? El
Gobierno solo quiere luz y taquígrafos. Yo estoy hablando
constantemente... —pero cada una de estas afirmaciones conforma un
juicio sintético a priori, es decir, aquellos según Kant que nacen del ejercicio de la razón pura y no de la experiencia. O sea, políticamente inválidos.
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