El Cid con David Saugar Pirri, su tercero, en la finca Hernandinos,
de Villavieja de Yeltes, Salamanca, tentando reses de Dionisio Rodríguez
Es una suerte intermedia, de paso, de la muy importante, dura y fundamental de la suerte de varas, a la muy importante, bellísima y decisiva de la suerte de matar
Gregorio Corrochano
Abc
27 de junio de 1954
Habíamos dejado -en esta revisión de la lidia- al matador al cuidado torero del tercio de varas, y sonó el clarín, anuncio de banderillas, sin que el señor presidente fuese avisado por la montera del matador, desencajada urgentemente con riesgo del peinado, de que el toro se moría a chorros, a chorros de sangre artesiana, descubierta por el artesiano picador; que ahora dan más avisos los matadores a los presidentes que los presidentes a los matadores, desde que la garrocha se utiliza para buscar la fuente artesiana de los toros.
Esta vez, todo era normal en la lidia del toro, y el matador se fue tranquilo a la barrera en dirección a su mozo de estoques. Se quitó sin prisa y sin despeinarse la montera, dejó el capote de brega con el que había bregado, se refrescó la reseca boca con un poco de agua, que el mozo le ofreció solícito mientras recogía el capote y colgaba de la barrera la armada muleta. Acaso cambiaron un breve comentario; el del mozo, alentador y animoso: “El toro no vale ná.” No desconocía el hombre de los estoques los riesgos del toro, ni las dificultades del toro, pero tampoco desconocía el momento psicológico del matador cuando pide los trastos de matar; por eso insiste en que “el toro no vale ná”.
¿Qué ocurre en tanto en el ruedo? Se está banderilleando. Es una suerte intermedia, de paso, de la muy importante, dura y fundamental de la suerte de varas, a la muy importante, bellísima y decisiva de la suerte de matar. Cuando está encomendada a buenos banderilleros, es un bonito tercio de adorno, airoso, ligero, en el que se sale a cuerpo limpio en busca del toro, sin engaño para desviarle, sin más defensa que las líneas geométricas que trazan los pies o quiebra la cintura. Cuando está encomendada a banderilleros torpes, que en vez de banderillear clavan banderillas donde pueden y como pueden, el tercio es una prolongación lamentable de la “carioca” del picador; porque también hay banderilleros a la carioca.
Tenían las banderillas, según el parecer de antiguos comentaristas, una misión en la lidia, de excitar o avivar -avivadores se llamaron- al toro muy aplomado por una pelea dura en varas con el romaneo del caballo. También se reseñaron algunas veces, en teoría opuesta, pares de castigo. Nosotros sólo vemos en la lidia actual un aspecto técnico de la suerte de banderillas: ver lo que hace el toro, cuando llega a él un hombre a cuerpo limpio, que parece tenerle entre las astas. Ésta es una observación muy interesante para el matador que está en la barrera. Y como le basta con ver lo que hace el toro por los dos lados, creo que está suficientemente visto, con dos pares, uno por la derecha y otro por la izquierda. Algunas veces vemos que los tres pares reglamentarios son del mismo lado, en lo que encuentro exceso de palos y prueba insuficiente. Esto se evitaba antes llevando en la cuadrilla banderilleros del derecho y del izquierdo. No solamente considerar innecesario el tercer par, sino que es perjudicial tantos capotazos y tantas pasadas por la cara, se clave o no. A tal punto, que es el tercio donde los toros cambian más, a veces de un par a otro.
Si las banderillas se clavan mal pueden ser motivo de inquietud del toro, que se refleja en la muleta, y en la dificultad de hacerle cuadrar en el momento de matar. Esto en el aspecto técnico, que trae aparejada la posibilidad de lesionarse un torero al dar un pase, y el riesgo de que resbale el estoque en una banderilla. Por esto, cuando igualado un toro caía algún palo de banderilla sobre el testuz, los matadores que entraban a matar las apartaban previamente con la punta del estoque. Rafael el Gallo, que ha sido muy clásico y que toreaba muy cerca, cuando toreaba, las apartaba con la mano. Una vez, en Valencia, donde tanto gustaba su toreo, al apartar con la mano una banderilla que caía sobre el testuz, le gritó zumbón un huertano, en valenciano: “Si le has de dar en el cuello, ¿para qué te estorba?” Rafael sonrió, y por complacer a su partidario, pinchó al toro en el cuello. Para entrar a matar a paso de banderillas no estorban las banderillas.
Queremos recordar a los banderilleros que cuantos menos capotazos se den a los toros para colocarlos, va en beneficio del que entra a banderillear, y del matador que espera en la barrera, sobre todo de éste, que, en definitiva, es el que ha de contratar corridas. No hace falta tener al toro en el tercio, perfectamente igualado, como si fuera a entrar a volapié. Esté donde esté el toro tiene el par de banderillas. Por esto hay varias maneras de banderillear; desde las de poder a poder hasta las banderillas a la media vuelta, que son un recurso preferible a los capotazos y las salidas en falso; con las variantes del cuarteo, al sesgo y al revuelo de un capote. Según donde esté y cómo esté el toro, por no citar sino los casos más frecuentes que se le pueden presentar al banderillero. Un banderillero es un gran lidiador o no es nada. Tan lidiador y tan torero como sea el matador, del que se diferencia en que uno mata y el otro no, aunque algunas veces nos quede la duda de si el que ha matado al toro es el matador.
El buen banderillero encuentra toro en todas partes. Queremos decir, que tiene recursos para resolver el problema geométrico del par de banderillas, aunque no sepa lo que es la geometría; le basta con saber banderillear. Es frecuente ver toros que reciben el primer par sin derrotar apenas, acudiendo boyantes al cite; en el segundo par derrotan ya al sentirse clavados, y en el tercero derrotan antes de clavar, para desarmar al banderillero y taparse el morrillo. El toro puede traer resabios del campo que hay que hay que intentar corregir -se consiga o no- con una buena lidia. Pero es difícil que traiga el de taparse, porque nunca le hirieron el morrillo. Este es un resabio que puede adquirir en la suerte de varas o luego en banderillas. Si se salvó en el primer tercio debe evitarse en el segundo, aliviándole del tercer par, que es el más expuesto al resabio. Y esto, que en le banderillero puede no tener una gran importancia, en el matador puede ser la causa de un toro al corral.
Es un tercio éste de banderillas intermedio y, al parecer, de descanso. Sin embargo, es tan peligroso para el matador que está en la barrera, pero que va a actuar inmediatamente, que no se puede descuidar en la lidia. Hoy, que son raros los buenos banderilleros y los peones buenos; que ¡los maestros! no saben banderillear, y si alguno tiene la ocurrencia de coger banderillas, no pasa de ser una ocurrencia, nos parece el tercio de banderillas tan vulgar y tan inútil como peligroso.
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2003
Los banderilleros de Cid, Jiménez y Fandiño en el minuto de silencio
por Gallito en la última corrida de la Prensa