José García Domínguez
Libertad Digital
El Sistema, con la maquiavélica, artera, perversa tolerancia represiva
que denunciara Marcuse, acaba de ensañarse con el pobre Javier Krahe. Al
punto de que la Fiscalía maquina condenarlo a la absolución. Ni un solo
día de cárcel, ni una multa, ni tan siquiera una mísera inhabilitación.
Nada. Ellos saben ser crueles cuando se lo proponen. Adiós, pues, al
soñado exilio parisino. Adiós a palpitantes ruedas de prensa
internacionales en repulsa de la retrógrada dictadura de las sotanas.
Adiós a los airados manifiestos de intelectuales roqueros denunciando a
la eterna España negra, luz de Trento y martillo de herejes. Adiós,
¡ay!, a las muchachas en flor deslumbradas por el aura heroica del
incorruptible resistente a la barbarie clerical.
Adiós dulce pájaro de la juventud que, ahora sí, nunca volverá. Bon jour tristesse.
Tan cruel, tras la sentencia al bueno de Javier apenas le restará
consolarse con aquellos dolientes versos de su par Gil de Biedma:
"Podría recordarte que ya no tienes gracia / Que tu estilo casual y que
tu desenfado / resultan truculentos / cuando se tienen más de treinta
años / y que tu encantadora / sonrisa de muchacho soñoliento / –seguro
de gustar– es un resto penoso / un intento patético". Es lástima, aunque
solo fuera porque uno siempre ha sentido ternura por los perdedores. Y
sabe bien que Krahe no es de esos parvenus de la neoprogresía impostada que hoy tanto se estilan, otro Willy Toledo para entendernos.