Madrid, esta mañana
Cristina Losada
Libertad Digital
Y líbrenos también de impedir que peñas, hinchas, secesionistas y el pueblo,
en general, ejerzan su sagrado derecho a pitar cuanto les venga en gana
y sin restricciones. Aunque no está de más recordar, y recordarle a
López, que en tiempos de su correligionario Zapatero, el desfile de las
Fuerzas Armadas modificó su configuración a fin de que no hirieran sus
oídos los poco amistosos gritos del público. De modo que, en ocasiones,
en la España del libérrimo abucheo, las autoridades sí toman medidas
contra la expresión vociferante. Incluso cuando no está organizada, o
tal vez por ello. Debe de ser que una pitada es digna de protección
institucional si está organizada y subvencionada, y publicitada desde la
sede del Congreso. Siempre que vaya, claro, contra los símbolos de la
nación. Los únicos que aguantan, en todos los sentidos, la pitada.
Porque el derecho tiene su revés: una bronca mientras sonaran Els
Segadors o el Eusko Abendaren Ereserkia sería un ultraje intolerable.
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