sábado, 26 de mayo de 2012

Madrid

Las Ventas, ayer
El último "¡Viva España!" que he oído lo dio allí un mexicano

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El otro día, en los toros, un mexicano con sombrero, de los muchos mexicanos con sombrero que vienen a la Feria de San Isidro, sacó pecho como el gallo de “Los Tres Caballeros” de Disney y soltó en medio del silencio (ese silencio de dormir la siesta arrullados por una fuente y un canario) un vibrante y sostenido “¡Viva España!”.

    Casi se le cae el pelo.

    En Madrid.

    A otro mexicano en trance de perplejidad le expliqué la teoría castrista (de Américo, no de Fidel) de nuestra “vividura”, ese vivir en honda insatisfacción con el curso de la propia vida y también con la de los antepasados, privativa del pueblo español.

    Y aquí estamos, sembrando en temporal para cosechar tupidito.

    Un orate del periodismo del balón (el Lyssenko del único periódico que leía Rajoy), al hilo de la final Barcelona-Athletic en el Manzanares, ha ido a la prensa extranjera a condenar en términos chocarreros la desviación fascista de los madrileños.

    Asimilar al fascismo las ideas que difieran de las propias es el recurso común del progre destartalado, con lo cual todo el mundo, antes o después, es fascista, como los madrileños, cuyo fascismo exacerbado, al decir de este orate, ha hecho que los vascos, que disponen de Amaiur como garantía contra el fascismo, tuvieran ayer miedo de bajar a Madrid.

    Por Barcelona, siempre tan cosmopolita, para solidarizarse con “la lucha de Cataluña” frente a Madrid, ha pasado Springsteen, bardo de la socialdemocracia más “cani”.

    Y entre una cosa y otra ya podemos celebrar otra conquista mundial, formulada por Cristina Losada: “Pitar el himno, derecho humano”.