La emoción de Florentino Pérez durante el minuto de silencio por su esposa
Ignoro las convicciones de Florentino, mi presidente, el sostén de mi
infantil afición futbolera. Le deseo absoluta serenidad en el dolor y
esperanza. Pitina será, para los madridistas, el simbolismo del señorío
femenino, valga la expresión, el revés femenino y suave del tan traído
señorío y será también el barco familiar del verano, aquel en que las
superestrellas, los Ronaldos, acataban con su firma un madridismo familiar, ordenado y amable
Hughes
Cuando se dice que detrás de un gran hombre hay una gran mujer a veces sucede que la mujer está literalmente detrás. Así sucedía con Pitina y Florentino Pérez.
Doña María Ángeles, Pitina, era el rostro inteligente y amable que encontrábamos detrás del presidente en el palco del Bernabéu, aunque hay una foto reciente en la que es Florentino el que aparece tras ella, sonriente y travieso, cogiéndola dulcemente por el cuello, como tomándole el pulso y haciendo justicia.
A Pitina la respetó hasta el antimadridismo, que en pocas cosas se paró durante esos años. Pitina era la mamá del amigo que nos preparaba la merienda perfecta. Qué infantilismo mayor provocaba Pitina en el infantilismo del fútbol.
Todos los madridistas éramos adoptados y ahijados por su madrinazgo dulce y parecía que quedábamos en el Bernabéu para merendar en casa de Pitina, que nos miraba a todos con sonrisa indulgente.
¿No eran los ultras más educados cuando Pitina los miraba desde el Palco?¿No era la reprobatoria mirada de Pitina sanción suficiente para cualquier desliz galáctico y nocturno?
Mi madridismo, que es florentinista, tenía un rincón para ella desde que la vi por vez primera en un debate electoral de primeras damas.
El Madrid, como dijo Mendoza, es más que un ministerio y obligaba también a que las esposas de los aspirantes dieran su opinión y allí nos empezó a ganar la sensatez humilde de Pitina, con su voz ligeramente ronca.
Florentino mira sin decir mucho, pero para mí los ojos de Pitina tenían la inteligencia inquisitiva o la dulzura amable que oculta en su mirada el presidente. Suma complementariedad de la mirada, como si se permitiera lo que Florentino, hermético, no deja traslucir, dueño de esa flema suya que roza la socarronería.
Florentino es la sonrisa de paciente satisfacción con la que posa ante el último peñista, pero quizás ahora empiece a mirar de otra manera.
¿No es la mujer la que nos permite una mirada menos terrible al compartirlo todo?
Se escribe poco sobre la viudedad. Para Marías, con la muerte de su esposa llegó una vida distinta, insoportable, sin proyecto. La mujer, el largo amor sostenido, cotidiano, es el proyecto vital, el fondo de sentido de la vida y tras ella llega una “implosión sentimental”, porque dicen que todo se quiere menos cuando se es viudo. Con la viudedad también llega una esperanza en la inmortalidad. La presencia cierta del espíritu.
Ignoro las convicciones de Florentino, mi presidente, el sostén de mi infantil afición futbolera. Le deseo absoluta serenidad en el dolor y esperanza. Pitina será, para los madridistas, el simbolismo del señorío femenino, valga la expresión, el revés femenino y suave del tan traído señorío y será también el barco familiar del verano, aquel en que las superestrellas, los Ronaldos, acataban con su firma un madridismo familiar, ordenado y amable.
Un orden matriarcal en el que también mandaba Florentino. Porque Pitina, elegante y consorte, ha sido lo más cerca que el Madrid ha estado del matriarcado.
Doña María Ángeles, Pitina, era el rostro inteligente y amable que encontrábamos detrás del presidente en el palco del Bernabéu, aunque hay una foto reciente en la que es Florentino el que aparece tras ella, sonriente y travieso, cogiéndola dulcemente por el cuello, como tomándole el pulso y haciendo justicia.
A Pitina la respetó hasta el antimadridismo, que en pocas cosas se paró durante esos años. Pitina era la mamá del amigo que nos preparaba la merienda perfecta. Qué infantilismo mayor provocaba Pitina en el infantilismo del fútbol.
Todos los madridistas éramos adoptados y ahijados por su madrinazgo dulce y parecía que quedábamos en el Bernabéu para merendar en casa de Pitina, que nos miraba a todos con sonrisa indulgente.
¿No eran los ultras más educados cuando Pitina los miraba desde el Palco?¿No era la reprobatoria mirada de Pitina sanción suficiente para cualquier desliz galáctico y nocturno?
Mi madridismo, que es florentinista, tenía un rincón para ella desde que la vi por vez primera en un debate electoral de primeras damas.
El Madrid, como dijo Mendoza, es más que un ministerio y obligaba también a que las esposas de los aspirantes dieran su opinión y allí nos empezó a ganar la sensatez humilde de Pitina, con su voz ligeramente ronca.
Florentino mira sin decir mucho, pero para mí los ojos de Pitina tenían la inteligencia inquisitiva o la dulzura amable que oculta en su mirada el presidente. Suma complementariedad de la mirada, como si se permitiera lo que Florentino, hermético, no deja traslucir, dueño de esa flema suya que roza la socarronería.
Florentino es la sonrisa de paciente satisfacción con la que posa ante el último peñista, pero quizás ahora empiece a mirar de otra manera.
¿No es la mujer la que nos permite una mirada menos terrible al compartirlo todo?
Se escribe poco sobre la viudedad. Para Marías, con la muerte de su esposa llegó una vida distinta, insoportable, sin proyecto. La mujer, el largo amor sostenido, cotidiano, es el proyecto vital, el fondo de sentido de la vida y tras ella llega una “implosión sentimental”, porque dicen que todo se quiere menos cuando se es viudo. Con la viudedad también llega una esperanza en la inmortalidad. La presencia cierta del espíritu.
Ignoro las convicciones de Florentino, mi presidente, el sostén de mi infantil afición futbolera. Le deseo absoluta serenidad en el dolor y esperanza. Pitina será, para los madridistas, el simbolismo del señorío femenino, valga la expresión, el revés femenino y suave del tan traído señorío y será también el barco familiar del verano, aquel en que las superestrellas, los Ronaldos, acataban con su firma un madridismo familiar, ordenado y amable.
Un orden matriarcal en el que también mandaba Florentino. Porque Pitina, elegante y consorte, ha sido lo más cerca que el Madrid ha estado del matriarcado.