¿El toro hegeliano de José Tomás?
(Madrugada del 20 al 21 de mayo en Cibeles)
Si escucho una vez más a Dragó fundamentar culturalmente los
toros me planto en cueros en Las Ventas no para que protejan al bello
animal, sino para que nos protejan a todos nosotros
Hughes
En España parece que siempre se nos acaba yendo la mano. En tiempos de amenaza a la Fiesta estaba bien que algunos la defendieran recurriendo a los argumentos culturales. Si algo se funda en un mito, o lo hizo un griego o lo pintó Picasso parece que tiene carta de eternidad. Ahora, sin embargo, los simpáticos defensores corren el peligro de excederse fundando una tauromaquia culturalista y sin sangre, llenándola de palabras y amaneramiento como otros han hecho con el fútbol.
El último año futbolístico ha sido horrible, inaguantable. A la política de bloques del clásico se ha sumado un ejército de novelistas que han inflado de metáforas aberrantes y conceptismos alambicados una cosa simple y liberadora, llenándolo todo de ideología o de esas formas de ideología en que se encubre la vanidad, que es la madre del cordero y no Mitra ni Júpiter ni el dios Ra, ni Osiris, ni Apis; que si escucho una vez más a Dragó fundamentar culturalmente los toros me planto en cueros en Las Ventas no para que protejan al bello animal, sino para que nos protejan a todos nosotros.
Actualmente, hay un antitaurinismo que no huye de la sangre, sino de otras cosas: de las poses de spot de Emidio Tucci de los toreros -machismo de alpaca-, de la mirada intensa de bovino seductor que pone Manzanares, que como mire así al toro un día se le va a subir uno al traje de luces, o de la cuadrilla renacentista y apostólica de José Tomás, el matador kultur.
Para mí, los toros son Anson arrobado en la tarde recitando poesía del 27 como si su localidad fuera un diván oriental o Dragó admirando un único chorro de energía entre el sol, el toro y su miembro, y extraña que nadie haya pedido aún arena azul del Open de Madrid para el coso de Las Ventas, albero blue para que sobre ese mar los toreros tiesos fueran arponeros del toro ballena y Moby Dick, toro salido de las aguas, cretense y marinero, fundando otra mitología poseidónica en la que Alberti reapareciera en la prosa delicuescente de los tomasistas y el torero fuera un nuevo Poseidón.
Yo de todo esto me quedo con la genialidad del propio José Tomás, que en el país de la tertulia nos ha devuelto el socrático y cervantino coloquio al presentarnos a su toro hegeliano. Toro que todos toreamos mal que bien, pues es el otro, el opuesto, la otredad, que nos ayuda a ser y junto al que damos lugar a otra cosa.
Escritor dialogando con lector, ministro y reformado, funcionario con administrado, patrón con obrero, policía con multado, voyeur con contemplado. Todos tenemos un toro hegeliano y si no lo tenemos debemos encontrarlo (¿no le falta al parado dramáticamente su toro para dialogar?).
Fecundidad filosófica y social de este renacido diálogo del conocimiento que nos trajo José Tomás con un cívico sentido de lo culto. Me gustó. Y espero que de ahí evolucionemos al monólogo hamletiano, como mayor ahondamiento en la autenticidad española. Ya lo estoy viendo: Pep entre el ser y el no ser con su balón en la mano, Rajoy con el tupper, Arriola y su dato…
En La Gaceta
Actualmente, hay un antitaurinismo que no huye de la sangre, sino de otras cosas: de las poses de spot de Emidio Tucci de los toreros -machismo de alpaca-, de la mirada intensa de bovino seductor que pone Manzanares, que como mire así al toro un día se le va a subir uno al traje de luces, o de la cuadrilla renacentista y apostólica de José Tomás, el matador kultur