domingo, 30 de octubre de 2016

Sistema de representación



Jugando a Camelot


Hughes
Abc

Estuve ayer en Vitoria cubriendo el Alavés-Real Madrid y al regresar a Madrid, ya de madrugada, me sorprendió mucho lo que vi de la sesión de investidura. También el relato de lo sucedido.

Fue chocante encontrar a Rufián convertido en estrella de la sesión. Algo sospechaba. Me llegaba algún email, whatsapp de amigos. “¡Rufián!”

Es un personaje notable, desde luego, ¿pero tanto?

No daba crédito con lo que vi después. El 78 unido puesto en pie ante… Rufián.

Ayer se invistió presidente a Mariano Rajoy, pero pasaron más cosas.

Una fue la culminación de la estrategia de un año, el año en funciones, en que se moduló la urgencia o no según el antojo monclovita. No faltaron narradores para ese relato. Podía haber “segundas”, pero no “terceras”. La urgencia o la pausa (la cachaza, más bien) las determinaba Rajoy.

En unos meses podría haber elecciones que ya no serían terceras, serían 2+1, como diría Ángel Nieto.

El “Ríndete, Sánchez” ejecutado diariamente durante meses, por razones de fondo que tuviese, pareció demasiado organizado. El inane oportunismo de Sánchez adquirió algún rasgo arrojado, hasta le dieron convicciones. Casi fabricaron un proyecto de algo, no sé si de líder o alternativa.

Se consagró una determinada plasmación del pertinaz Consenso que adopta esta vez la forma terminal de Partido Único. La Gran Coalición. Esto es una evolución del mal llamado bipartidismo. Y no es una cosa menor. Que sólo Pablo Iglesias lo comente no quiere decir que no exista. Es un deterioro, un repliegue del 78. Ante eso, yo vi un tic: la farsa y la renovación grotesca de lenguaje, fórmulas y heroicidades de la transición.

El Partido Único es un deterioro y a la vez es el paroxismo marianil. ¿Qué oposición queda? Un PSOE fraccionado (vigoroso sólo donde su corrupción no puede impugnar ninguna otra) y, sobre todo, el movimiento antisistema. Rajoy o las tinieblas.

Después, el escándalo por las palabras de Rufián sobre el PSOE me pareció llamativo y como desmemoriado. Infantil, hipócrita. Y si es hipócrita es real, es actual. El PSOE dijo de Suárez cosas bastante peores y con más escaños. No olvidemos que Rufián es un marginal. Nada que ver con el clima de tensión contra la UCD de principios de los 80 formulado por el pujante PSOE. Recordemos lo que decía Guerra sobre Suárez: “Algunos se preguntan si será el momento de que el General Pavía entre a caballo en el Parlamento y lo disuelva. Yo me pregunto si el actual presidente del gobierno no se subiría a la grupa de ese caballo”.

Ayer hubo con eso un fenomenal intento de rueda de molino. Horas antes, Hernando había trazado una minuciosa historia de traiciones e ignominias socialistas que ahora quería ver convertidas en honrosas. Es sorprendente, aunque legítimo. Lo delirante es que sean reputados enemigos del PSOE, que han estado esgrimiéndolas durante décadas, los que se lleven ahora las manos a la cara como monjitas en el Bagdad barcelonés.

O sea, no saltaron cuando Rufián se ciscó en la unidad de la Patria, pero se levantaron muy dignos a escenificar un aplauso constitucionalista para salvar el relato épico del PSOE hernandiano.

Se estrenó ayer una nueva prosa Ónega, y todos somos Victoria Prego. Mismas palabras, mismos dioses y demonios, mismo esquema. Falta un revival de los cantautores.

Es un nuevo hito de la Transición. Una iteración. Una vuelta de tuerca. Ya sabemos lo de la repetición como farsa. Rufián de tejerito, y Villegas encarándose contra los de Podemos como un Suárez indómito en su escaño (¡Villegas, personajazo!).

“Se jugaron la vida por sus libertades”.

(Lo de Ciudadanos “representando”, “impersonando” el suarismo en la foto de Villegas contra el podemismo parecía un homenaje al Tenorio o un disfraz de Halloween).

Es que eso se ve: el “ciudadanismo”. Salir del atolladero con una directa imitación de lo de entonces.

Ya tenemos serios problemas para aceptar la oficialidad del relato de la Transición como para asumir sin sonreír esta burda operación de relegitimación del superconsenso y de renovación heroica y épica con ocasión del Marianismo puro.

Porque eso fue lo de ayer.

Primero, porque Podemos y Rufián y Bildu no están fuera del 78. Son el 78. ¿Quién permitió lo de Bildu? ¿Insistimos en el apoyo estructural de lo audiovisual al discurso podemita?

Iría más allá. La agresión verbal y no sé si con lanzamiento de botella (no nos libramos del arma arrojadiza) a Cantó y Villacís, paradigmas casi genéticos y fisiológicos del centrismo, fue algo desagradable, reprobable y condenable. Pero no se debió permitir la manifestación alrededor del Congreso. Las autoridades que lo permitieron contribuyeron a la escenificación del acoso.

Había gran comodidad con la idea de un Parlamento asediado.

Por último, ayer se convirtió a Rufián en estrella. Se entienden los respingos de Hernando tras su papelón de funerario del PSOE, de señor del OCASO socislista, y también los de Madina (otro cipotudo, del tipo sensitivo: lo cipotudo es la hegemonía cultural gramsciana de ahora). La comida de tostada estaba siendo gloriosa y había que reaccionar.

Madina, político de malicia notable y víctima de ETA, como elemento de consenso democrático tiene una credibilidad escasa. En tiempos del postzapterismo decía unas cosas más bien sectarias. La salida de Hernando del “bórrese todo lo dicho” es directamente una caricatura.

Ante la capacidad de Rajoy, en resumen, hay que descubrirse. Eliminó toda competencia generacional en el PP. Mató (o dejó morir) a los padres, a los hermanos, a los primos. No asumió responsabilidades, y cayó electoralmente por la crisis y la corrupción. Pero permaneció, eliminada toda alternativa.

Y luego se alteró el sistema natural del turnismo. Se bloqueó la alternancia PSOE y surgió (se infló, digamos que ambientalmente) a Podemos.

La operación “mandato imperativo” que fractura el PSOE y deja un gran flanco abierto a su izquierda, termina de dificultar una posibilidad de alternancia.

La actualidad nos deja un Rajoy generacionalmente solo. Y el resultado es fascinante para él porque le garantiza el gobierno, pero el provecho de conjunto del país no está tan claro.

¿Será posible la alternancia con esa izquierda que se dice fuera del sistema? ¿O evolucionará el Partido Único mudando de piel internamente, según la fórmula postfranquista de la designación? Esto sería trasladar la naturaleza “antonina” del PP a lo que Iglesias llama la Triple Alianza.

La Triple Alianza es la política del “resistencialismo”. Del resistir hasta que los materiales aguanten.

Lo del mandato imperativo del PSOE, por cierto, fue la enésima representación de un incumplimiento constitucional. Cuando ayer se decía con emoción “me representan” parecía en su sentido estrictamente teatral, fingido. Sistema de representación literal.

Algún amigo ha hablado incluso de “honor del 78”. Debilidad, más bien, escenificación y una especie de impostada dignidad que sí tiene algo del sospechoso actuar del español herido cuando invoca el “honor” a falta de otra cosa.

El 78 está lleno de sombras desde su origen, y su resultado es esta cámara actual.

Hemos crecido oyendo inexactitudes como “la constitución que entre todos nos hemos dado” y la glorificación acrítica de la Santa Transición. La farsa colectiva del “corrimos delante de los grises”. Ahora, cuando llega el acoso a ese cimiento con aluminosis (se lo han ganado a pulso algunos), lejos de buscar la superación, su mejora y esclarecimiento, se huye hacia delante y esto exige una especie de imitación fraudulenta, de pura farsa. “El 78 se planta ante Rufián”. Una repetición de fraseología, de clichés, de emotiva estupidez, muchas veces muy interesada, bajo una proyección del tiempo perpetuamente galaica.

El marianismo sobrevive triunfante sobre una vuelta de tuerca del consenso que no es sino la debilidad del sistema tras la fractura de la izquierda y el PSOE. Eso se tuvo que relegitimar ayer con un revival de la Transición (ti prego) ante el Enemigo Rufián, metido a Tejerito de monólogo.

 Jugando a Camelot

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