martes, 25 de octubre de 2016

La postverdad

Impuestos: la piedra de escándalo de Trump que la socialdemocracia no nombra

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El objeto del periodismo anglosajón es el mismo que el de la filosofía griega según Platón: la verdad. Y si Pilato preguntó “¿Qué es la verdad?” fue porque en el pretorio no había un solo ejemplar del “The New York Times” de Slim que darle.

El NYT es el Aristóteles de la verdad:

Decir de lo que es que es y de lo que no es no es.
La fórmula es sencilla: si Assange filtra correos en “WikiLeaks”, es un topo de Putin; pero si Ellsberg filtra los Papeles del Pentágono al NYT, es un patriota digno del Premio al Sustento Bien Ganado.

¡La verdad! Walter Duranty, corresponsal del NYT en Moscú, visitó en el 33 Ucrania y afirmó que los rumores sobre el hambre eran ridículos, la misma impresión que en Angola (régimen de progreso) sacó James Brooke en el 85.

Argumento de autoridad denunciado por Revel: es verdadero porque Fulano, premio Nobel, lo ha dicho. (Pero ¿qué pasa si el premiado, como Dylan, no levanta el teléfono?)

Contra la Guerra de las Galaxias (la guerra de Reagan contra el comunismo), se construyó el mito del Invierno Nuclear, refutado por “Nature” en el 86. Pero en el NYT insistieron, buenos son ellos, y contestaron con un artículo (Frederick Warner) sobre el Invierno Nuclear que causaría, ya,… ¡Cuatro Mil Millones de Muertos!, cifra algo superior a la que se maneja en el periodismo anglosajón (y en los “Think Tanks” del PP) si ganara Donald Trump, el Pat Robertson (mediáticamente) de nuestro tiempo.

Los telediarios están para socorrer a los ciudadanos en una democracia –escribió en el 87 en el NYT Dan Rather, un pequeño Willi Münzenberg en cazadora.

Por eso la CNN rotula para los niños las frases de Trump. Si la voz de Trump dice “Obama es el fundador del Daesh”, la TV rotula “No lo es”. (Hombre, si hubieran hecho eso con el discurso de Obama en El Cairo, les sale un karaoke de Puigdemont.)

Cubrir a Trump (¿de basura?) es un desafío –se queja, en el NYT, el piadoso Jim Rutenberg.

Política “postverdad”, lo llaman. Ellos.