martes, 18 de octubre de 2016

Confórmate con los Underwood



Hughes
Abc

A riesgo de que me llamen facha o populista (oírlo desde los dos lados debe de sonar como ¡fachalista!), no puedo dejar de expresar aquí mi desconcierto personal con lo que estoy leyendo y viendo sobre la campaña electoral americana.

Quizás sea la edad, pero me parece el hecho político más fascinante de los últimos años. Si lo pensara yo no tendría ninguna importancia (¡quién es uno!), pero se lo leo a gente muy digna de interés en Estados Unidos.

No, no hablo del NYT, ni del New Yorker. Llevo unos años, muy pocos, en el mundillo periodístico y he detectado el equivalente a lo que en Gran Hermano se llama “hacer carpeta”, pero con las portadas de esta revista. Una especie de delectación absurda en estas portaditas impropia de gente adulta.

Dicen los que saben que esto deja el Watergate en un tejemaneje de concejal de obras. Y puede ser.

En los últimos tiempos me ha escandalizado la rapidez con la que Trump ha sido comparado con Hitler. La pereza intelectual y la inmoralidad detrás de esto me producían espasmos, auténticos espasmos. No se ha recogido con profundidad ni una razón que pudiera a explicar a Trump. Ni personales, ni biográficas, y mucho menos ideológicas. La realidad de que un segmento de la población, por primera vez en décadas, viera descender su esperanza de vida o incrementado a niveles espectaculares el consumo de drogas no interesaba a la prensa. Ni un intento por explicar las raíces históricas del proteccionismo americano. Ni las poderosas raíces con la tierra y el pasado de la respuesta local a lo global. Nada.

“Xenófobo, misógino, nazi…”

Hay quien dice que Hillary sublima en Trump su odio al marido. “Está llena de odio”. Casi podría decirse que lo extiende a todo hombre blanco. “Los deplorables”. Habla para minorías y para la mujer. A Trump no le apoyan ni los latinos, ni los afroamericanos, ni las mujeres… ¿Entonces, quién lo sostiene, si la prensa no es?

Stone habló de nuevo Mccartismo. Violación de la intimidad, caza de brujas sobre el patrón de un comportamiento heterosexual. “Avances sexuales indeseados”. No puedo extenderme, pero esto inhabilitaría a media América y otra media Europa.

Sobre la base de un modelo grotesco (Trump) se ha extendido una policía moral. La corrección como economía autoritaria de la moral, grifo de legitimidad que se abre y cierra a gusto e interés propio. He vuelto a leer en periódicos la expresión “comportamiento lujurioso”. La lujuria ha vuelto. Se ha escrito que Trump no puede ser presidente por “pulpo”.

Pero ni siquiera es eso, y perdónenme la rapidez y el desorden, ni siquiera es esa pobreza de despacharlo todo como “nazis yanquis, basura blanca siguiendo a Trump”.


Es el tratamiento de la campaña, su asimetría, lo que me ha parecido escandaloso hasta el insomnio.

Se difunden unos vídeos editados en los que seguidores de Trump provocan altercados y empujan a personas de color. Se retuitean, se los quiere viralizar. Pero estos días salen investigaciones, vídeos, en los que personas vinculadas a la campaña demócrata orquestan provocaciones para despertar reacciones que luego puedan ser calificadas de “nazis”. Nada se dice de eso.

¿Se escribe aquí de los emails de Podesta y de la explícita fabricación de testimonios femeninos contra Trump sin que importe la prueba?

Como nada se cuenta, o se cuenta poco, mal o muy tarde, de las evidencias, no sobre el pasado sexual de Bill, sino sobre las actitudes de su esposa al respecto. El feminismo, o ni siquiera eso, que el feminismo es más serio, el oportunismo de género, mira a otro lado. Mientras tanto, se recluta a mujeres (¿existe el “tonta útil”?), Mujeres de la Cultura, que son como sacerdotisas de ahora, para expresar una indignación de género (“género macho”, escribió una) con la que reprobar a Trump por una fanfarronada privada.

¿Qué clase de miserable estupidez es esta? Trump es populismo, nos dicen, ¿pero qué nombre adopta la Alta Política cuando combate algo así? No hay un nombre para la campaña de Clinton ni su entramado.

Wikileaks ha sido lo penúltimo. ¿Se han señalado tan siquiera las evidencias sobre una colaboración directa entre los medios de comunicación y Hillary, incluso sobre las aportaciones personales de los periodistas a su campaña? ¿Nos llegan los escalofriantes rumores que nos hacen recordar que Doug, de House of Cards, era demócrata? Se ha desatado la delirante conspiranoia americana, un género en si mismo (oh, amado Pynchon), pero esta vez es de derechas, como es de derechas (nos entendemos) la protesta hacia los resultados de la globalización.


¿Alguien ha leído algo del apócrifo “drone him” -¿leyenda, realidad?- o la razón de que Assange se quedase sin internet? ¿Ha colaborado el actual gobierno en ello? ¿O sobre las relaciones entre la Fundación Clinton y su labor en la Secretaría de Estado o sobre los miles de emails borrados o el servidor destruido? ¿Se han cuantificado las aportaciones de ciertos gobiernos? ¿No puede ser presidente de EEUU un hombre que se metió con una miss, pero sí una Secretaria de Estado que trató así la información confidencial? ¿Hay una nueva definición para el cohecho si el regalo llega de Qatar? ¿Contribuye a la paz mundial la vieja e irresponsable retórica de la guerra fría?

Aunque esto llevara a Putin por un lado, y a Soros por otro (seria casi digno de Le Carré encontrar que por ahí se llega a otro populismo más cercano),… ¿no debería entrarse a fondo, o por lo menos un poco?

Hablo de leer seriamente. No quiero conformarme con los Underwood.