lunes, 21 de marzo de 2016

Scorsese y la merluza

Scorsese

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Felizmente alejado del fútbol, mi hijo, que me hizo mourinhista desde el primer Chelsea de Mourinho, dice que entre ir a ver al Atleti de Simeone e ir a ver al Madrid de Zidane hay la misma diferencia que entre sentarse a ver una película de Scorsese y sentarse a ver a Pablo Motos comer palitos de merluza.

    O, digo yo, como ir a los toros, aunque sean de Gavira y con Curro Díaz, e ir al fútbol de una Liga perdida.

    Una antigua cronista mundana del planeta de los toros, con fijación declarada con el culo (culo, sí) de los picadores, ha salido con un escrito sobre moscas (las moscas son la aportación de Manolo Vicent al Siglo de Oro literario de la Santa Transición) para declararse antitaurina porque los taurinos son machistas, franquistas, latifundistas... y maestrantes.

    Así está la socialdemocracia rampante.

    Por lo que yo conozco, el público de toros es individualista, crítico y dueño todavía de las tres virtudes teologales: fe para volver a la plaza, esperanza de ver algo nuevo y caridad resumida en la regia corrida de Beneficencia.

    El público de fútbol, por el contrario, es colectivista, gregario y gamberro de la caridad, como hemos visto con los holandeses del PSV que en la madrileña Plaza Mayor arrojaban monedas a unas mendigas dacias a cambio de tablas de flexiones como las de Ronaldo o Aznar, o con los ingleses del Arsenal agitando a los indigentes en Barcelona, o con los checos del Sparta de Praga orinando a una pordiosera en Roma.

    La socialdemocracia rampante se precia, como Sartre, de tener a su servicio a un “hombre de la calle” fino, pero sólo Freud acertaría a explicarnos qué relación puede haber entre meter goles en una portería de fútbol y echar monedas en un sombrero de mendicante.

    Desde que el fútbol ha dejado de ser contienda para ser cultura, los procedimientos para cultivar (“culturizar”, dicen los cursis) al público de los estadios son los empleados por el Estado cultural para cultivar a las masas de los museos, es decir, marketing y glamour, con el mismo éxito, por cierto.

    Lo que tiene el Bernabéu de Museo del Prado es que allí cada día se ven más turistas, cosa que también ocurre en Las Ventas, donde los encargados de pastorear a los públicos se las ingenian para hacer que cada vez haya más turistas y menos aficionados. La futbolización de los toros pasa por equiparar las orejas a los goles, de manera que el turista-masa pueda cuantificar lo que ha visto.

    –¿Qué tal la corrida?

    –Pues ya ves, nueve orejas. Y tres que nos ha robado el presidente, doce.

    En Las Ventas los turistas lo aplauden todo, y a cambio, sólo piden orejas, muchas orejas, como goles en el Bernabéu, cuantas más orejas, mejor, y con eso los organizadores ya pueden decir, una vez contadas las orejas, que ha sido la mejor feria de la historia, porque fíjate, nunca se cortaron tantas orejas, ni se marcaron tantos goles, para lo cual hacen falta, además de los turistas que piden orejas, los toros que se las dejen quitar, y ya tenemos el círculo cerrado.

    Pero orejas, o goles, ¿para qué?

    Entre los carteles de San Isidro, que parecen un listado de opositores al Catastro, y las carreras (¡a lo Pistorius!) por el Bernabéu de Isco en una Liga perdida, llamas al mantero y que te traiga algo de Scorsese.


Motos

EL PODER DE LA PRENSA

    En bastante menos de lo que tarda Bale en arreglarse el moño (“los jugadores del Madrid hacen cola en el espejo antes de jugar”, dijo famosamente Mourinho), el marqués de Del Bosque ha dejado fuera del Combinado Autonómico para los partidos con Italia y Rumanía a Diego Costa, como le pedía su prensa. En Francia es el primer ministro (españolazo, autoritario y culé) quien se ocupa de llevarle al seleccionador de fútbol la Libreta Azul de Robespierre (el Incorruptible anotaba en una libreta azul los nombres de los ciudadanos a guillotinar), y la tiene tomada con Benzema. En España, como no tenemos primer ministro (¡y qué bien se está sin él!), ha de ser la prensa (¡el cuarto poder!) la que cargue con la responsabilidad de Casillas sí o Diego Costa no.