martes, 22 de marzo de 2016

La mano de Obama

  
Obama y la castroenteritis

Hughes
Abc

La televisión rusa, con malicia, describía el gesto entre Obama y Castro como “extraño apretón de manos”. Castro agarró la muñeca de Barack y la subió como hace un árbitro de boxeo con el ganador del combate. No era un gesto habitual. Lo que pasó después fue peor. A Obama se le quedó la mano colgando. Los medios se han portado bien y han sacado el momento en el que la mano estaba extendida como la de una dama esperando el beso, pero hubo un instante crítico anterior: la mano del presidente se derrumbó, caediza, muerta, mano tonta, mano blanda, mano de laxitud exagerada. Make America firm again.

Fue una pequeñísima debacle diplomática. Fue como una llave. Obama extendió la mano y Raúl Castro se cogió el brazo. De ahí ya no pudo salir. Le agarró el izquierdo y lo levantó como si fuera de trapo.

Algo de llave, porque Obama, por unos segundos, no fue dueño de sí. Una mano para la prensa, la otra en poder de Castro. Sólo le quedaba la sonrisa.

Hubo un prodigioso lenguaje de gestos. Obama extendió su gran mano a Castro, que tiene manita de niño sádico. Iguales, horizontales, misma altura. Era el gesto clásico. Aunque ¿quién aprieta a quién la mano en ese ying y yang diplomático?

Pero la ladina iniciativa castrista de hacer aparecer a Obama como vencedor personal, como campeón diplomático, puso en apuros al propio narcisista. Mientras la mano subía, la relajó para no aparecer con los dedos extendidos, ni con el puño cerrado. ¡Qué trampa genialoide hubiese sido Obama con un puño en alto en Cuba!

Ni el brazo extendido, ni el puño cerrado, el Mundo Libre está muy limitado en cuanto a gestos.

Un brazo pujante con los dedos firmes hubiera sido escabroso saludo faccioso.

Así que Obama, en manos del vicedictador, tuvo que hacer cosas muy raras con su brazo. Si no, hubiesen parecido Esteso declarando vencedor a Pajares en Yo hice a Roque III. Trató de dejarlo a medio flexionar, no dejárselo llevar del todo, oponer una resistencia pasiva con la ligera flexión del codo, y luego evitar todo gesto de ostentación geopolítica con la mano.

Una tensión fugaz y rara. Con el brazo oponía cierta resistencia, y la mano la relajaba preventivamente. Un tira y afloja, toda la diplomacia en esa extremidad. Quizás su confusión, su contradicción. ¡Cómo hubiera deseado Obama ser manco ahí! Ni ruptura, ni dureza, potencia amable, dulzura antiBush, pero inevitablemente su brazo estaba, estuvo por un instante, en manos de Raúl Castro. ¡Todo lo inconcluso de su Administración en ese incómodo escorzo!

Todo pasaba en segundo plano. En el primero, el apretón y el saludo a las cámaras, la fotogenia. Pero por detrás, la maniobra castrista.

En ese punto, perdida la iniciativa, lo de su mano fue como un reflejo inmediato: el relajamiento total de sus falanges. El brazo colgandero como cuando vas a bailar el robot, y la mano laxa y morcillona.

 Como si se desvinculara de ella. Fue sólo un segundo, pero qué segundo.

Los medios han sido buenos y han sacado el instante posterior, pero ahí parecía un manojo de espárragos colgando blandulón de su muñeca. El líder del Mundo Libre con la mano de Crispín Klander.

¿Qué escrúpulo llevó al Presidente a ese abandono, al Comandante en Jefe a dejar la mano como una niña pija?

Dar la mano a un dictadorzuelo es feo, que el dictadorzuelo, con autoridad de juez, te declare vencedor es para ponerse luego el vídeo en casa, pero que encima se te quede la mano como a Sema, el de Chabelita, eso es para que vuelvan todos los halcones del Pentágono como las oscuras golondrinas becquerianas.

Obama reaccionó. Hubo un tres-tiempos. Como el resultado era peor que la alternativa, la devolvió al estado semitenso de cuando te hacen la manicura. Si se relajaba, la mano era modosita; si erguía el gesto, se le caía el rollo de potencia amable con una mano preponderante, medio metro por encima de Castro. Y así salió en las fotos de todo el mundo, como si fuese a empezar a botar un balón o a probarse anillos de pedida. Como si la tuviese debajo del secador de manos, cuando no sabemos muy bien qué hacer con ella. Vaya manera de pasar a la historia, con gesto inverosímil de campeón reticente.