Hughes
Abc
Cada vez que Draghi hace algo contra la deflación europea el pecho se me llena de admiración. Porque la deflación, la caída de precios por la baja demanda, la ataca Draghi como si fuera un asunto económico. Baja el precio del dinero. Lo pone al 0%. Anima la actividad con el cebo monetario. Pero poco cambia. Es un titán luchando con aspirinas contra un mal general. Mucho más. Un homeópata del dinero, un homeópata de Europa.
Seguro que hay sesudas explicaciones económicas. Indicadores alarmantes, estudios detalladísimos, pero el mal de Europa, su tono mustio, parece más otra cosa.
El tono del continente se apaga, y Draghi cree que poniendo el dinero en la calle va a cambiar algo. Tampoco puede hacer mucho más.
Es como hacer cosquillas en la planta del pie a un paralítico. O prometer a un depresivo una cena en Diverxo para que se levante de la cama.
O no, seguro que no. Seguro que la política monetaria ayuda. Pero los males de Europa parecen profundos, arraigados, y estas medidas de Draghi son como cataplasmas de un druida, o remedios superficiales y rituales. Quizás estamos hablando de otra cosa que no se sabe muy bien qué es.
Surge una conciencia de la pobreza de nuestros recursos, y admiración por la economía, una de las maneras que tenemos de lidiar con lo complejo.
Cada vez que veo a Draghi me parece un admirable hechicero. Luchando contra la historia como un agricultor contra el clima.