Pastelería La Victoria
"La torre de Moguer de cerca, parece una Giralda vista de lejos"
Una vez más pasa por mí, Platero,
en incogible ráfaga, la visión aquella de la plaza vieja de toros que se quemó
una tarde... de..., que se quemó, yo no sé cuando...
Ni sé tampoco cómo era por
dentro... Guardo una idea de haber visto— ¿o fue en una estampa de las que
venían en el chocolate que me daba Manolito Flórez?— unos perros chatos,
pequeños y grises, como de maciza goma, echados al aire por un toro negro... Y
una redonda soledad absoluta, con una alta hierba muy verde... Sólo sé cómo era
por fuera, digo por encima; es decir, lo que no era plaza... Pero no había
gente... Yo daba, corriendo, la vuelta por las gradas de pino, con la ilusión
de estar en una plaza de toros buena y verdadera, como las de aquellas
estampas, más alto cada vez; y, en el anochecer de agua que se venía encima, se
me entró, para siempre, en el alma, un paisaje lejano de un rico verdor negro,
a la sombra, digo, al frío del nubarrón, con el horizonte de pinares recortado
sobre una ola y leve claridad corrida y blanca, allá sobre el mar...
Nada más... ¿Qué tiempo estuve
allí? ¿Quién me sacó? ¿Cuándo fue? No lo sé, ni nadie me lo ha dicho,
Platero... Pero todos me responden cuando les hablo de ello:
—Sí; la plaza del Castillo, que
se quemó... Entonces sí que venían toreros a Moguer.
Juan Ramón Jiménez
Platero y yo. Capítulo
100
J. R. M.
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