martes, 28 de agosto de 2012

Girls and boys

Hughes

A favor de la segregación sexual en los colegios el mejor argumento que se puede dar es la costumbre. El niño español se segrega solo. Cursé una educación mixta y los profesores tenían que recurrir a la autoridad para mezclarnos. En el recreo éramos cuerpecillos que se repelían y tendían a agruparse magnetizados con los de su sexo. Nunca llegamos a estar absolutamente juntos, aunque uno recuerde para siempre los momentos en que no fue así. Pero eso resulta difícil de sostener con el argumento de la libertad o el derecho paterno a que sus niños solo vean otros niños en la clase de gimnasia. Imposible con la racionalidad pedagógica. Que exista la posibilidad de que las niñas le humillen a uno convirtiéndolo en un adulto articulista no parece motivo suficiente. Todo niño tiene un trauma y el trauma es la mayor fuente de placer y tormento de la vida adulta. En España, el modelo de separación sexual tiene además un halo de elitismo. Tanto el idealismo de la niña retirada conventualmente en su colegio, como el espartanismo de la educación entre muchachos. Y en realidad, ese sufrimiento dulce de demorar lo inevitable parece un meditado privilegio social. Visto así, no sólo deberían segregarnos, sino que la presentación debiera ser en una inolvidable puesta de largo. Saltándonos la fase en que ellas se burlaban y nosotros tirábamos de sus coletas.