miércoles, 7 de marzo de 2012

Polaco, español y chino


Jorge Bustos

El horizonte doméstico de uno se ciñe a tres puntos cardinales: Polonia, España y China. Naciones –o nacionalidades, quién lo sabe– correspondientes por orden respectivo a María, mi asistenta de Varsovia; Frutos, mi portero galdosiano; y la dependienta del chino de abajo, pongamos que se llame señora Wu en homenaje al criador de cerdos necrófagos de Deadwood. Aunque aún quedan víveres en esta trinchera habitacional de mi soledad escayolada, ayer tomé la heroica decisión de echarme a la calle a aprovisionar algo la nevera. Viviendo tan cerca del Congreso nunca se sabe cuándo se te puede presentar Mariano en casa, con esa capacidad suya de sorprender, y suceda que no tengas en la despensa una mala lata de aceitunas rellenas con que agasajarle.

Los establecimientos borgianos que operan nuestros benéficos exiliados del sol naciente equivalen a la tienda de ultramarinos de las novelas de Baroja y Marsé, pero en ellas siempre acababan pegando la hebra el cliente y el dependiente. En un chino, sin embargo, no hay forma de intimar con el oriental que nos despacha, ceñido a la frialdad capitalista de la operación de compraventa con una fruición revanchista, de venganza privada contra el colectivismo de Mao. Usted cree que este dependiente de mirar rasgado le está vendiendo sencillamente un paquete de Trident, pero en la realidad del plano emocional ese hombre está colocándose de nuevo frente a los tanques de Tiananmen. Eso y que le interesa más el esquematismo ninja de un serial chinorris subtitulado en pictogramas que tu careto. Por eso me conmovió ayer que la señora Wu, tras verme acceder en muletas a su bazar y pedirle ayuda para llenar de porquerías un par de bolsas, terminara aventurando desde el otro lado del mostrador, mirándome a los ojos:

—Tú vivil selca.

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