Jon Manteca Cabañes
Se trata al parecer de una fractura intermitente, licántropa, que sólo aúlla por las noches. De día no da un problema y se aplica con rigor a la tarea funcionarial de colgar menisco abajo de un modo perfectamente inútil, decorativo y callado. Pero cuando, metido ya en cama, extiendo la pierna en la postura que se supone más adecuada para la circulación, no pasa una hora y ya está acalambrándose como un niño empollón en clase de gimnasia, con ese burbujeo silbante de gaseosa en que Gómez de la Serna cifraba la sensación de tener el pie dormido, sólo que añadiendo el goteo de una dolorosa palpitación. El segmento de carne que va del tobillo a la rótula se transforma entonces en una metáfora de la Gran Vía el viernes por la tarde, con su congestión, sus bocinazos e incluso algún picoleto tocando el pito. Me despierto, me pongo a leer artículos de Fernández Flórez o a reproducir un capítulo de The Wire del que me duermo la mitad, despertándome puntualmente para los títulos de crédito por efecto de unos punzamientos renovados, inexorables, británicos.
Bien, pero no les aburriré con el parte de lesiones. ¿Qué diría el sargento Highway de mí? Ayer, en circunstancias óseas normales, hubiera acudido a la tribuna de prensa del Congreso a sentarme con Gistau para cubrir la sesión de control al Gobierno. En las actuales circunstancias óseas, lo que hice fue muletear con el donaire justo hasta el Manolo, lindante con el Congreso, y esperar allí a Gistau. David se presenta con John Müller, que tiene la gentileza de saber de economía y eso en estos tiempos es como tener un hermano médico.