Francisco Javier Gómez Izquierdo
He subido unos días a la casa del padre para unos asuntos de salud felizmente resueltos. Estos diez días he vuelto a disfrutar del fresco burgalés, al que España llama frío, y he asistido sobresaltado a la crisis del pepino, elemento acogido para su desgracia bajo la protección de Rosa Joaquina Aguilar, ministra perseguida por maldición gitana y de la que creo ya he dado cuenta. Las brujas, quirománticas y estrelleras del Califato cocieron gatos con amapolas, quemaron romero en la Calahorra y pusieron velas negras en las Tendillas. La mandaron con todos los demonios y demonias y la colmaron de malos deseos el día de la traición. No es cosa de creer en ocultas ciencias, pero los acontecimientos llevan de cráneo a nuestra ministra.
Leo en el Diario de Burgos los méritos para ser capitalidad cultural, tan convencido el Ayuntamiento de su pueblo y el mío, Don Ignacio, de ser el elegido, que no se cómo contárselo a mi tierno infante, al que visten de vez en cuando con camiseta azul y lo llevan a pasear hasta Madrid. Es curioso que siendo Córdoba hasta antier feudo comunista, haya elegido el color azul como reclamo cultural, y por contra Burgos, cortijo de curas y militares en el que siempre se vota a las derechas, se agarre al color rojo con R de Revolución ante el ojo del visitante, admirado y sorprendido a la vista del Arlanzón, la Cartuja y esa Catedral del Mono que tan poco entusiasmo despierta en nuestro editor.
He visto también a los que llaman indignados de Castilla. En Burgos y Salamanca. En Burgos y al abrigo de lo que fuera Simeón, aquella tienda de abrigos que tenía un gran espejo y ante el que una gemela de Santacruz se puso a reñir a su hermana por bajar a Burgos sin avisarla, un conocido de los 70 del Movimiento Comunista hablaba a 16 sucios sujetos como si estuviera explicando la célula y su influencia entre los proletarios del taller. En Salamanca algún estudiante crápula ha aprovechado para disimular calabazas ante la familia y se ha tumbado ante el Palacio de Justicia organizando Ministerios para cuando le toque gobernar. En el campamento tienen zona de información, botiquín, tiestos a los que llaman huertos, pero pocos revolucionarios presentes.
En tierras de Castilla dejo a todos. Vuelvo a “la caló”.
He subido unos días a la casa del padre para unos asuntos de salud felizmente resueltos. Estos diez días he vuelto a disfrutar del fresco burgalés, al que España llama frío, y he asistido sobresaltado a la crisis del pepino, elemento acogido para su desgracia bajo la protección de Rosa Joaquina Aguilar, ministra perseguida por maldición gitana y de la que creo ya he dado cuenta. Las brujas, quirománticas y estrelleras del Califato cocieron gatos con amapolas, quemaron romero en la Calahorra y pusieron velas negras en las Tendillas. La mandaron con todos los demonios y demonias y la colmaron de malos deseos el día de la traición. No es cosa de creer en ocultas ciencias, pero los acontecimientos llevan de cráneo a nuestra ministra.
Leo en el Diario de Burgos los méritos para ser capitalidad cultural, tan convencido el Ayuntamiento de su pueblo y el mío, Don Ignacio, de ser el elegido, que no se cómo contárselo a mi tierno infante, al que visten de vez en cuando con camiseta azul y lo llevan a pasear hasta Madrid. Es curioso que siendo Córdoba hasta antier feudo comunista, haya elegido el color azul como reclamo cultural, y por contra Burgos, cortijo de curas y militares en el que siempre se vota a las derechas, se agarre al color rojo con R de Revolución ante el ojo del visitante, admirado y sorprendido a la vista del Arlanzón, la Cartuja y esa Catedral del Mono que tan poco entusiasmo despierta en nuestro editor.
He visto también a los que llaman indignados de Castilla. En Burgos y Salamanca. En Burgos y al abrigo de lo que fuera Simeón, aquella tienda de abrigos que tenía un gran espejo y ante el que una gemela de Santacruz se puso a reñir a su hermana por bajar a Burgos sin avisarla, un conocido de los 70 del Movimiento Comunista hablaba a 16 sucios sujetos como si estuviera explicando la célula y su influencia entre los proletarios del taller. En Salamanca algún estudiante crápula ha aprovechado para disimular calabazas ante la familia y se ha tumbado ante el Palacio de Justicia organizando Ministerios para cuando le toque gobernar. En el campamento tienen zona de información, botiquín, tiestos a los que llaman huertos, pero pocos revolucionarios presentes.
En tierras de Castilla dejo a todos. Vuelvo a “la caló”.