José Ramón Márquez
Creo que fue en 1973. En el pabellón del Real Madrid, donde hoy están puestas esas cuatro torres como columnas de cieno, tocaba el músico ingles John Mayall, el padre del blues blanco. Nos fuimos a verle desde Leganés: camioneta y metro hasta la Plaza de Castilla, y luego, andando. Yo acaso tendría entonces dieciséis años. En ésa época había cosas que no se podían hacer: no podías afiliarte al Partido Comunista y no podías comprar una revista con fotos de mujeres desnudas. Por lo primero jamás sentí el más mínimo interés. Había otras cosas que sí que podías hacer: ver a John Mayall con dieciséis años, fumar Celtas cortos donde te pareciese bien, ir en moto sin casco… En realidad la vida creo que se hace de esas cosas, que son las que nos producen auténtico placer a los espíritus poco elevados. Mientras millones de mis compatriotas se conjuraban para derrocar al Dictador, unos cuantos nos conformábamos con ir a ver cómo tocaba la armónica y el piano el padre del blues blanco.
Treinta años más tarde, me voy a La Riviera a ver a Jonh Mayall, el bisabuelo del blues blanco. Me acompaña un muchacho de dieciséis años, pariente mío. En la puerta un guardia de seguridad le pide el carnet: ‘No puedes pasar’.
Le consuelo diciéndole que, a cambio, puede afiliarse al partido Comunista y además cada cuatro años puede echar la papeleta a la urna sacrosanta para elegir al alcalde, a los de la Autonomía y al de la Moncloa, aunque eso le importe tan, tan poco...
Creo que fue en 1973. En el pabellón del Real Madrid, donde hoy están puestas esas cuatro torres como columnas de cieno, tocaba el músico ingles John Mayall, el padre del blues blanco. Nos fuimos a verle desde Leganés: camioneta y metro hasta la Plaza de Castilla, y luego, andando. Yo acaso tendría entonces dieciséis años. En ésa época había cosas que no se podían hacer: no podías afiliarte al Partido Comunista y no podías comprar una revista con fotos de mujeres desnudas. Por lo primero jamás sentí el más mínimo interés. Había otras cosas que sí que podías hacer: ver a John Mayall con dieciséis años, fumar Celtas cortos donde te pareciese bien, ir en moto sin casco… En realidad la vida creo que se hace de esas cosas, que son las que nos producen auténtico placer a los espíritus poco elevados. Mientras millones de mis compatriotas se conjuraban para derrocar al Dictador, unos cuantos nos conformábamos con ir a ver cómo tocaba la armónica y el piano el padre del blues blanco.
Treinta años más tarde, me voy a La Riviera a ver a Jonh Mayall, el bisabuelo del blues blanco. Me acompaña un muchacho de dieciséis años, pariente mío. En la puerta un guardia de seguridad le pide el carnet: ‘No puedes pasar’.
Le consuelo diciéndole que, a cambio, puede afiliarse al partido Comunista y además cada cuatro años puede echar la papeleta a la urna sacrosanta para elegir al alcalde, a los de la Autonomía y al de la Moncloa, aunque eso le importe tan, tan poco...