Pepe Cerdá
Muchos de los padres de los que ahora rondamos los cincuenta invirtieron el fruto de sus pluriempleos en formarnos lo mejor posible. La mayoría de ellos desertaron del arado y llegaron masivamente a las ciudades allá por los últimos años cincuenta del pasado siglo. Ellas a servir y ellos a doblar hierros doblando el espinazo que ya llevaban doblado de serie. Cualquier empleo en la ciudad era preferible a seguir de peón agrícola, o de mediero o de minifundista en aquel campo de aquella España regada y abonada aún con la sangre y la mierda de la guerra civil.
Aquellas madres que nos acariciaban con sus manos despellejadas que olían a la lejía de la casa ajena en la que se ganaban los cuatro duros y aquellos padres que se iban de la casa al alba con la fiambrera con el almuerzo y que volvían ya entrada la noche creían que su circunstancia era consecuencia directa de su falta de cultura. Por eso se juraron darnos la mejor educación posible , les costase lo que les costase, y pagaron lo que les pidieron en los colegios de pago. Y pagaron los mil y un plazos de las enciclopedias que les vendían unos charlatanes que les ponían en la tesitura de elegir entre el futuro bienestar de sus hijos y el “pequeño” esfuerzo de pagar un “poco” al mes. Enciclopedias que se amontonan hoy en las tiendas de muebles de segunda mano que regentan ex drogadictos y en las que no paran de sonar salmos. Enciclopedias que se ordenan para su venta en estos establecimientos en los mismos muebles-librería de embero y con mueble-bar iluminado y forrado de espejos de nuestra niñez. Se podría afirmar que las tiendas de "reto a la droga" y similares guardan ahora los decorados de nuestra infancia.
Aquellos hombres y mujeres que nos engendraron y nos parieron creyeron que si sabíamos leer y escribir, los afluentes de los ríos, las regiones de España y los países del mundo nuestra vida sería necesariamente mejor, que se nos vacunaría para siempre contra la misería. Y así fue. Y así lo creen los que preparan los temarios de las oposiciones en las que si aciertas las preguntas accedes a un estatus en el que el dinero llegará cada mes de un modo seguro y garantizado por el estado. Y así lo ha creído hasta hoy nuestro gobierno.
Pero nuestro bienestar creciente desde nuestros progenitores hasta hoy no ha sido consecuencia de nuestra formación sino del crecimiento económico en occidente del último siglo. Crecimiento más sustentado en un par de guerras mundiales y en la colonización del resto del mundo que en nuestra cultura.
Por esto, ahora, cuando vemos cómo ciudadanos con varios idiomas y excelente formación rebuscan en los contenedores de basuras de los supermercados en busca del yogurt caducado, cuando vemos como nuestros viajados y superpreparados hijos no encuentran ni encontrarán trabajo, cuando deben emigrar del mismo modo en el que lo hicieron nuestros padres, debemos sacar la conclusión de que no somos otra cosa que animales coyunturales.
Y ahora en nuestra coyuntura “pintan bastos”.
Muchos de los padres de los que ahora rondamos los cincuenta invirtieron el fruto de sus pluriempleos en formarnos lo mejor posible. La mayoría de ellos desertaron del arado y llegaron masivamente a las ciudades allá por los últimos años cincuenta del pasado siglo. Ellas a servir y ellos a doblar hierros doblando el espinazo que ya llevaban doblado de serie. Cualquier empleo en la ciudad era preferible a seguir de peón agrícola, o de mediero o de minifundista en aquel campo de aquella España regada y abonada aún con la sangre y la mierda de la guerra civil.
Aquellas madres que nos acariciaban con sus manos despellejadas que olían a la lejía de la casa ajena en la que se ganaban los cuatro duros y aquellos padres que se iban de la casa al alba con la fiambrera con el almuerzo y que volvían ya entrada la noche creían que su circunstancia era consecuencia directa de su falta de cultura. Por eso se juraron darnos la mejor educación posible , les costase lo que les costase, y pagaron lo que les pidieron en los colegios de pago. Y pagaron los mil y un plazos de las enciclopedias que les vendían unos charlatanes que les ponían en la tesitura de elegir entre el futuro bienestar de sus hijos y el “pequeño” esfuerzo de pagar un “poco” al mes. Enciclopedias que se amontonan hoy en las tiendas de muebles de segunda mano que regentan ex drogadictos y en las que no paran de sonar salmos. Enciclopedias que se ordenan para su venta en estos establecimientos en los mismos muebles-librería de embero y con mueble-bar iluminado y forrado de espejos de nuestra niñez. Se podría afirmar que las tiendas de "reto a la droga" y similares guardan ahora los decorados de nuestra infancia.
Aquellos hombres y mujeres que nos engendraron y nos parieron creyeron que si sabíamos leer y escribir, los afluentes de los ríos, las regiones de España y los países del mundo nuestra vida sería necesariamente mejor, que se nos vacunaría para siempre contra la misería. Y así fue. Y así lo creen los que preparan los temarios de las oposiciones en las que si aciertas las preguntas accedes a un estatus en el que el dinero llegará cada mes de un modo seguro y garantizado por el estado. Y así lo ha creído hasta hoy nuestro gobierno.
Pero nuestro bienestar creciente desde nuestros progenitores hasta hoy no ha sido consecuencia de nuestra formación sino del crecimiento económico en occidente del último siglo. Crecimiento más sustentado en un par de guerras mundiales y en la colonización del resto del mundo que en nuestra cultura.
Por esto, ahora, cuando vemos cómo ciudadanos con varios idiomas y excelente formación rebuscan en los contenedores de basuras de los supermercados en busca del yogurt caducado, cuando vemos como nuestros viajados y superpreparados hijos no encuentran ni encontrarán trabajo, cuando deben emigrar del mismo modo en el que lo hicieron nuestros padres, debemos sacar la conclusión de que no somos otra cosa que animales coyunturales.
Y ahora en nuestra coyuntura “pintan bastos”.