jueves, 9 de junio de 2011

El Diccionario Histórico de Angelines

El fantasma mitomotriz de la izquierda
de los cinco millones de parados

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

En tiempos de Google, ¿cuántos hojean diccionarios?

La erudición es una fuente donde abrevan las bestias, y a veces, los hombres –contestó Tierno a Fraga en una discusión parlamentaria sobre el preámbulo constitucional.

¿Diccionarios? Para los comunistas y la ministra Angelines, que querrá ser llamada así, una vez que Rubalcaba, su jefe, sólo aspira a que lo llamen Alfredo, alias, por cierto, de Palmiro Togliatti, uno de los filántropos de Stalin en la mesacamilla de la guerra civil.

¿Autoritario o totalitario?

Esa controversia sobre Franco, su fantasma mitomotriz, es lo que entretiene a la izquierda de los cinco millones de parados.

–No tenemos una Real Academia, sino una Real Caverna contra la República –perora en el Congreso el doctor Llamazares, científico ducho en la agrobiología de Lyssenko e incapaz, ay, de comprender las licencias literarias del profesor Suárez sobre el franquismo como las del Nobel García Márquez sobre los “boat-people” vietnamitas.

¿Autoritario o totalitario?

Diremos que “totalitario” es cuando te dictan lo que has de hacer y además no te dejan entrar ni salir del país, salvo que seas los Beatles, el Ché (paseante de la Gran Vía madrileña en uniforme verde oliva) y así. O sea, el franquismo. Y “autoritario” es cuando te dictan lo que no has de hacer, pero te dejan entrar y salir a tu bola. O sea, el castrismo, para no perdernos en el Gulag.

–La historia –advierte Croce– es siempre historia contemporánea.

En 1973, la hoy ministra Angelines clavaba una estaca en el corazón del totalitarismo franquista con su cameo en “El Love Feroz o cuando los hijos juegan al amor”.

En 1974, Nixon envía a El Pardo al general Vernon Walters para otear la situación:

El Príncipe será Rey –le dice Franco–, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España. Porque yo voy a dejar algo que no encontré: la clase media española.

En 1975 (¡octubre!), en “L’Europeo” milanés, Carrillo le confiesa a Oriana Fallaci:

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