martes, 17 de agosto de 2010

Razones botánicas para ser gallego

Siza, o la cara como espejo arquitectónico

Jorge Bustos

Los gallegos llaman a Madrid la “sexta provincia” (la quinta es Buenos Aires), así que uno ya puede ser gallego tranquilamente. Quien sí es gallego de cuna es Mario Conde, y por eso pudo ser investido el miércoles de la Orden de la Vieira en el Hostal de los Reyes Católicos mientras uno tiraba ajeno fotografías a los peregrinos a unos metros de allí. El ex banquero y su reciente esposa María Pérez-Ugena intentaron pasar desapercibidos entre el resto de nuevos cofrades, pero eso es imposible, y más cuando el presidente Feijóo te señala con un abrazo notorio. Cuando el señor Conde pasa delante de uno en la redacción, siempre pienso cómo lo hace para que le caiga así el traje con lo que lleva vivido. Conde me parece digno de ser biografiado por Chaves Nogales.

Ayer me fui de parques, que constituyen, junto al barroco de sus iglesias y el color medieval de callejuelas y corredoiras, el mejor patrimonio urbano de Santiago. El más representativo es la Alameda, cuyo Paseo de la Herradura me aconsejó el jefe. Como su nombre indica, el paseo dibuja forma de calzado hípico y contiene un mirador preceptivo para cualquier cazapostales. Se ven la universidad y la catedral contorneados por un fondo boscoso y flanqueados por las torres de las iglesias y las chimeneas de las casas tradicionales. Cuentan que el tamaño de las chimeneas medía antiguamente el poder adquisitivo de sus habitantes, así que los santiagueses rivalizaban para ver quién la tenía más larga, y ustedes disculpen. El caso es que la vista resulta tan emblemática como las esculturas que puntean la Alameda. Nos topamos con Valle-Inclán sentado en un banco y con Rosalía encaramada a su pedestal, con una cara tan triste como sus poemas. El zureo amodorrante de los palomares, el olor mentolado del eucalipto y la simetría de los parterres floridos ofrecen el lugar perfecto para escribir, y para casi cualquier cosa, si me apuran. En la cima del parque encontramos la capilla de Santa Susana, que es patrona de la ciudad aunque el Apóstol le robe todo protagonismo advocativo. La Alameda conecta con la catedral a través de un calle que se llama Rúa do Franco, y cuando la Memoria Histórica la alcance igual acaba llamándose Rúa do Lissavetzky.

Otra joya verde es San Domingos de Bonaval, viejo convento dominico al que las injerencias zen del ubicuo Álvaro Siza -el de las marquesinas-sauna de metacrilato en Madrid- no han conseguido sustraer del todo su encanto primigenio. Es un remanso umbroso de paz en el que rumorean las acequias y por el que desfilan, de noche, las ánimas purgantes de la Santa Compaña. En versión laica: los parados de Zapatero.

(La Gaceta)