Coruñeses y vigueses protagonizan una de las rivalidades localistas más aceradas en este país de suyo definido por la gresca regional, comarcal, vecinal y familiar, de hecho. Los primeros llaman a los segundos portugueses y los segundos a los primeros les llaman turcos. Santiago nos guarde de terciar en la disputa. A mí me parece que se come igual de bien y que hablan igual de rápido. He conocido a una coruñesa -bien que de la Ría de Arosa- que se niega a decirme una sola palabra en castellano, pero que me repite las frases todas las veces que se lo pido. No es nacionalista, es que dice que pierde chispa si deja de hablar gallego. Qué se le va a hacer.
Lo que no tiene Vigo es la Torre de Hércules. Es un macizo de piedra compacto como un grupo parlamentario en víspera electoral y ancho como para albergar dos Giraldas, que lleva guiando a los barcos desde tiempos de Nerón, literalmente. Guió a los romanos, a los vikingos, a la Invencible -o lo que quedó de ella- y podría guiar si quisiera a los aviones cuyos controladores se encuentren de baja ficticia. Se alza el faro más antiguo del mundo sobre una loma en el extremo de la península coruñesa, en el finis terrae del continente. En la cola para acceder a la escalera interior se produce la consabida representación de roles conyugales en donde colisionan el pragmatismo femenino y el experimentalismo masculino:
-Paco, nos vamos. ¡Tanta cola para ver una piedra!
-Mujer, ya que estamos aquí vamos a subir...
Lo cierto es que cuando terminas de ascender la loma -animada por unos gaiteros muy pertinentes- y después los 266 peldaños que tiene la construcción, te sientes un poco como William Wallace en aquella escena en que escala una cordillera escocesa y desde la cumbre contempla su tierra después de haber convertido en salmorejo la cabeza del noble que lo traicionó en los campos de Falkirk. Reconozco que la música de gaita contribuyó a esta breve ensoñación fílmica. Y a fe que al farero latino debían asistirle unos gemelos ciertamente hercúleos.
En el mito romano, Hércules enterró en el lugar que hoy ocupa la Torre la cabeza del gigante Gerión, cuya muerte figuraba entre los doce trabajos que le encargó el malaje de Euristeo. La versión socialista y actualizada del mito relataría más propiamente los doce paros de Hércules, y consistiría en encadenar doce subsidios de desempleo seguidos como los que acaba de prorrogar Elena Salgado. El caso es que el héroe griego dio nombre al prisma soberbio de este monumento abatido por un nudo de ventarrones atlánticos que no cesan, y seguirá ahí cuando no quede un solo español con trabajo ni uno solo sin subsidio.
(La Gaceta)