Mientras Málaga ha vivido bajo alerta naranja por previsión de aguaceros bíblicos, aquí lo que ha imperado es un calor fundente, que pone el asfalto como la panza del Discovery cuando cruza la atmósfera. “Ahora que ha pasado la alarma, vendrá el diluvio”, me comenta un concejal, con esa incisiva sorna andaluza. Uno no entiende por qué se crucifica al periodista que yerra, cuando los hombres del tiempo la cagan impunemente todos los días, sin falta, cual si fueran mismamente analistas económicos. En fin.
La feria de noche. Un carrusel luminoso y acústico donde se agazapa el buen gusto y la tentación se exhibe, donde la soledad se paga y donde la diversión te cita como nunca. Sodoma y Gomera en algunas zonas; discotecas pijas camufladas de casetas, en otras. Franquicias de finos restauradores a la derecha; barracones guevarianos conminando a la revolución proletaria, a la izquierda. Señoritos en camisa por allí; ciclados de gimnasio con merdellona del brazo, por allá. Aquí llaman merdellonas a las chonis de toda la vida. Compiten por la falda más corta, el escote más abrupto y el aro auricular más apto para bailar el hula-hoop. Anoche vi a una en cuyos pendientes podría entrenarse el gimnasta Gervasio Deferr con todas las homologaciones olímpicas. La Esteban es su patrona. Uno acudió al Real de la Feria acompañando al séquito del alcalde, que se pasó hasta las tres de la madrugada pateando casetas para no dejar sin saludo a ninguna asociación. Qué esclava es la política municipal, oigan. Y si encima no robas, el negocio es pésimo. Suerte que aún quedan idealistas.
Empezamos el recorrido en la caseta del ayuntamiento. Cuando abrieron la cancela, un tumulto de señoras tipo peonza -orondez por arriba, tacón por abajo-, empingorotadas como si fuesen a casarse con el portavoz de los controladores aéreos, invadió en tropel el recinto, ocupando el centro y desplegándose por los flancos para asegurar el perímetro donde sirven los canapés gratis. “Verás qué chasco”, me susurraba Rafael, el jefe de protocolo. Y es que este año no hay presupuesto más que para cacahuetes y olivas. La oposición -PSOE e IU- ha criticado que ni siquiera estén rellenas de anchoa. Verídico.
Me han invitado a los toros. Al palco y todo. El cartel no me atrae mucho, pero el jefe opina que vaya. Tengo que ir acostumbrándome a estas aficiones señoriales porque la otra noche, cuando volvía a casa a las cuatro de la madrugada más trabajado que la camiseta de Rambo, me crucé con un niño de no más de siete años marcándose un zapateado en una caseta con su hermanita de seis. Cedamos el paso a las nuevas generaciones. Vienen muy fuertes.
(La Gaceta)