miércoles, 4 de agosto de 2010

La romería de San Carlos


José Ramón Márquez

Una vez cada cinco años subimos al Pico San Carlos en el Macizo Central de los Picos de Europa, a 2.212 metros de altitud. Es una romería que se hace desde 1900, en que se situó en lo alto del pico la imagen del Corazón de Jesús. Hasta 1960 se hacía cada diez años y luego cada cinco. Los años que terminan en cero o en cinco. La primera vez que yo estuve allí arriba fue en 1980. Subimos en un Land Rover que conducía Jesús Ángel, el taxista de Pembes. Subimos desde Camaleño hasta Áliva y de allí pasamos a Asturias, a Sotres, para subir hasta las minas de Ándara, donde dejamos el auto. Esa vez nos acompañó el padre de Jesús Ángel, que fue la última vez que subió. El padre de Jesús era un señor, con ese señorío antiguo y acrisolado de los montañeses de Santander. Un hombre parco en palabras y afectos, pero hecho del material más difícil de encontrar en nuestros días, pues estaba hecho de verdad. Un hombre en toda la extensión de la palabra.

Después de la misa al pie del santo, como llaman allí a la pequeña imagen del Sagrado Corazón de Jesús que corona el pico, bajamos junto a un nevero a almorzar la copiosa merienda que habíamos transportado en unos capachos desde las minas de Ándara a través del pedregal. Mientras nos preparábamos para almorzar, a lo lejos, atravesando otro nevero, pasó una pareja de rebecos, asustados por los cohetes que se tiraron al final de la misa, quizás como conmemoración del bautismo de dos criaturas que venían de Venezuela, donde hay tantos lebaniegos, que los habían traído expresamente a recibir el agua ante el santo, para que contemplasen desde bien arriba la hermosura de Liébana. Las doscientas personas que subimos a la romería acabamos nuestro almuerzo y después retornamos a los valles, unos por el entonces casi intransitable camino minero que lleva a Bejes a través de un hayedo, otros por la canal de San Carlos o de Potes y otros por Asturias.

El año 2010 había muchísimas personas. Se hace difícil estar con tanta gente y por eso preferimos llegar un poco tarde y subir al pico cuando los romeros ya bajaban de la misa. Nos perdemos ese acto pero a cambio estamos un poco más en soledad allí arriba. Desde hace unos años ya suben también los políticos, con sus caras extrañamente risueñas, que esos ya se sabe que no dejan de meterse en todo. El tal presidente de Santander, ese que va en taxi a La Moncloa, también estuvo. A nosotros nos gusta estar bastante lejos de esa gente y almorzamos arriba, junto al santo, en vez de bajar a la campa, a la vega de Ándara, a recibir el almuerzo de caridad que montan para dar el baño de multitudes a los de la casta política.
También suben los picoletos en masa. Antes sólo subía una pareja del SERPRONA con sus motos de todo terreno. Dice uno de Lon:

-Mira, también ha subido la generala.

Le responde otro:

-Es porque viene Revilla, que si no a ésa no la ves por aquí ni aunque la suban.

La generala es el nombre que le dan aquí a la comandanta del puesto de la Guardia Civil de Potes. Es sargenta y la verdad es que hace honor a todas las fantasías que se puedan tener sobre uniformes, elementos de disuasión y señoras rubias.

Nosotros, después del almuerzo nos tiramos por la canal de San Carlos en una dura bajada entre la niebla y al cabo de tres horas de caminata llegamos a nuestro destino en Argüébanes, que es el pueblo donde Mariano Mier hace el mejor aguardiente de orujo de Liébana. La próxima será en 2015, si Dios quiere.