[...] Fue la primera correr unos Toros a uso de España; La plaza estuvo en la misma forma que el Sábado antecedente, y porque no le faltase ningún sainete de los que concurren en las fiestas, que se hacen en Madrid, entró la guardia marchando con su Capitán y Teniente tan bizarros y lucidos como siempre; Su Excelencia se puso en el balquete, y luego volvió la guarda a salir para despejar la plaza, en que no fue necesario gastar mucho tiempo, porque con gran prisa la desocupó una gran multitud de gente, y coches, que había en ella, cerraron las puertas, y salieron dos Capitanes de justicia a caballo para tomar las órdenes de lo que se había de ejecutar en la plaza; Descubróse por una de las puertas una gran máquina de lacayos vestidos de paño verde con tres franjas de plata de guarnición, y taalías de la misma forma, traían todos rejones en las manos, y les seguía D. Manuel Carrasa hijo del Duque de Nochera tan conocido en España como en Nápoles su Patria, y en ambas aclamado por bizarro, y de partes dignas de un Caballero de su sangre; venía en un caballo muy hermoso ensillado a la gineta, con caparazón, y guarniciones de tela verde, el vestido era mangas, y calzones de tafetán, ropilla, y capa de bayete, valona con golilla, sombrero con una pluma blanca, borceguíes blancos, y acicates plateados, que es la forma, en que salen a tales fiestas los caballeros en Madrid; hizo la cortesía a S.E. y a las Damas, y habiendo mudado caballo, por haberse inquietado mucho el en que hizo la entrada; salió segunda vez a la plaza, y aunque buscó al Toro, no le acometió, con que no pudo conseguir el deseo de quebrar muchos rejones en él; salió otro Toro después de muerto este, más resuelto; y temerario, que el primero, y no hubo menester mucho buscarle D. Manuel, porque el Toro era el que no dejaba nada, que no examinase su ferocidad, a un mismo tiempo se embistieron la fiera, y Don Manuel, y le dio un gran rejonazo, que vengó el indómito animal con dar una cornada al caballo, y volviendo otra vez a procurar tener mayor satisfacción, sacó la espada D. Manuel, y con una cuchillada dio con la ferocidad del Toro en tierra, y en ella le acabaron de matar la gente de a pie; salió D. Manuel de la plaza, y no volvió a entrar en ella, porque se le desgraciaron los caballos, en que había de proseguir la fiesta, y tanto que uno, en quien tenía mucha esperanza por su mansedumbre, y docilidad se halló tan embarazado con el nuevo traje de gineta, y tan soberbio, que siendo D. Manuel tan buen hombre de a caballo, como todos saben, le hizo medir el suelo, antes de entrar en la plaza; Prosiguió la fiesta, y aunque hubo muchos volteados, porque los Toros fueron muy bravos, no sucedió desgracia de consideración; Salió una suiza de doce hombres que acometían al Toro con unas horquillas, pensando poderle levantar del suelo, pero su valentía no se contentó, con que no consiguiesen el intento, sino que puso por tierra a todos los que lo procuraban, desbaratándolos, atrevimiento que pagó con la vida a manos de los que se hallaron maltratados; salió un hombre a caballo a dar una lanzada, y habiéndole embestido el Toro, el caballo se alborotó tanto que sin que le tocase cayó en el suelo, sacó la espada el alanceador, y dio con gran valor muchas cuchilladas al Toro sin perder pie; Salió otro toro, a quien buscó con la lanza a pie, y habiéndole embestido, le dio una con ella por la garganta, de que cayó muerto; Hubo otro que quiso dar una lanzada a pie, pero aunque buscó al Toro con mucho valor, no logró lo que deseaba; Sobre un palo de la estatura de un hombre se puso una mona en medio de la plaza, con quien embistieron algunos toros, y ella se defendía, saltando sobre ellos, que fue cosa de mucho entretenimiento, llevaronse perros para matar los Toros, cuyo valor intrépido embistió con este fiero animal, como si fuera un cachorro de su misma especie, acabose la fiesta con el día, y dos toros encohetados, que despidieron de sí gran cantidad de fuego, fiesta bien entretenida [...]