Hughes
Abc
Los anuncios nos recuerdan que tenemos que cuidar nuestra salud cardiovascular. No hay que pasarse en las comidas. Lo mismo sucede con la salud mental. Llegada cierta edad, quien más quien menos conoce su cuerpo y también su mente. Uno sabe lo que debe o no debe escuchar o leer. Hay, digamos, un colesterol intelectual o informativo. Por eso, y por cierta melancólica deferencia hacia el último líder del mundo libre, el titánico Donald Trump, miré con distancia la semana informativa dedicada a la inauguración o investidura del papá de Hunter.
Por aquí y por allá, sin embargo, iban llegando cosas: Joe Biden es un hombre religioso, Kamala es pobre y Michelle es bellísima. Los 25.000 militares tirados por los suelos eran figurantes de una enorme superproducción, potenciales bailarines en un vídeo clip de Katy Perry. Los fastos anunciaban el retorno de la felicidad.
Pero las televisiones arañaron trumpismo hasta el final. “Los rabiosos trumpistas”, se oyó en alguna. Hablaron de Trump pero no se pudo escuchar a Trump. Como siempre. No se escuchó su despedida, ni su discurso del día anterior, un importante mensaje en el que, entre otras muchas cosas, recordaba una casualidad: la pandemia se desató justo después de su acuerdo comercial con China. “La tinta no estaba seca y llegó la plaga”.
Retransmitieron hasta el último embalaje. Le vimos irse volando, lo que recordó un poco a las imágenes de Ratzinger dejando el Vaticano en helicóptero. Dos evacuaciones. De todas las cosas escuchadas estos días, y aun estando a dieta informativa, me quedo con algo que dijo el periodista Cantero en los informativos de Telecinco: “Biden, dispuesto a reinstaurar la democracia”. Creo que esta joya resume la desmesura del asunto y estos cinco (4+1) años. Alumbra también la consideración que tienen de la democracia: que estén los buenos. Los suyos. La democracia es esa especie de Super Bowl llena de artistas que no emigraron a Canadá, en la que Lady Gaga restaura la dignidad del Capitolio mancillada por el Hombre Bisonte y sus amigos. “Chicos, este lugar es de lo más sagrado entre lo sagrado”, les informaba el de seguridad, guardián teológico ya que no físico, con la tranquilidad del que se come un donut.
Luego llegó la celebración, resacralizadora, ungida por Hollywood y su ceremonial. Entre fuegos artificiales, no sólo Estados Unidos recuperaba la democracia, el mundo entero volvía a la alegría. Amazon se ofrece ahora a Biden para que él sí ponga las vacunas; Greta, la niña-mesiánica, Juana de Arco ecológica, sonríe como cuidadora del Planeta, y hasta el clima se ordena. La OMS comprende de repente que ciertos criterios asociados a la PCR podrían cambiar. ¿Celebrará el virus también la buena nueva? Es sólo una impresión personal, seguro producto de la conspiranoia que corroe el pobre cerebro de este plumilla, pero… ¿no se sienten de repente más optimistas respecto a la pandemia? Biden empodera a los trans; Le Bron James es libre por fin de ganar quince NBAs femeninas si así lo desea, y hasta Twitter se saca el cinto con Antifa, que ya contribuyó lo que tenía que contribuir. El Mundo sonríe y gira con otro donaire, con otra ligereza. ¿No notan el orden cósmico?
Pero esta celebración planetaria de Biden ha sido como un crisantemo de poderes. No sólo los americanos, reunidos en el puño demócrata. También las convergencias chino-caribeñas-bruselenses de la multilateralidad. Y los otros poderes: los medios, la Academia, Hollywood, las Big Tech… Una reciente encuesta americana ha revelado que menos del 50% de la población confía en los medios tradicionales. Menos del 20% del público republicano (hablo de memoria, quizás fuera el 17%).
Trump ganó a los medios en 2016, y destrozó su prestigio (esto explica en parte la saña), pero en 2020 se unieron fuerzas nuevas y ya no pudo con los gigantes de Internet. Su uso de Twitter fue estigmatizado. Era posverdad, eran los bots rusos, era alpiste para deplorables, era toxicidad anti-ilustrada. La Verdad, como diría Cantero, también debía ser reinstaurada. No sólo no pudo secar el pantano (el swamp), sino que reveló la existencia de una gran criatura escondida, un monstruo del Lago Ness con forma de hidra tecnológica: Twitter, Facebook, WhatsApp, Google… Ahí queda el bicho, para que los guardianes de la posverdad le hinquen el meñique.