Robert Spaemann
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El “Estado Social y Democrático de Derecho” cerró Barajas para que la fiel infantería de la Ume limpiara la nieve a pico y pala, algo impropio de un “Estado socialista de trabajadores” como Cuba, donde, recién aposentado el castrismo, La Habana del Che envió a su equipo de Comercio al Moscú de Jrushchov para cerrar el canje del azúcar cubano por unas quitanieves rusas: es verdad que las máquinas no funcionaban, pero también lo es que en Cuba no nieva.
No pudiendo volar en Barajas, volamos en Twitter, cuyo pajarito se posa en Rhodes, quien para estrenarse como español pide, como el resto de liberalios, censura para las opiniones heréticas. Es lo que Robert Spaemann, elegantísimo teólogo alemán (en Alemania todos los filósofos, salvo Habermas, que es como el chulo de toriles de la socialdemocracia, son teólogos) llamó con precisión berlinesa “totalitarismo liberal”.
–¿Sois capaz de imaginaros la vida humana reducida a la esperanza de reverenciar al amo para agradecerle una mirada? –pregunta Custine en San Petersburgo, antesala de este absurdo estalinista, descrito por Dombrovski, que nos come por los pies.
Al marqués, hijo y nieto de guillotinados, la resignación convertida en pose le parecía el último escalón de la infamia en que puede caer un pueblo esclavo (“un pueblo sin libertad tiene instintos, pero no sentimientos”) y le fascinaba el miedo cerval del poder ilimitado al reproche y la franqueza.
–Aquí, el día de la caída de un ministro, los amigos se vuelven ciegos y sordos: un hombre es enterrado tan pronto como tiene un aire de no disfrutar ya del favor.
Y es que, como dice frau Merkel, “expresar una opinión tiene sus costes” (variante alemana del franquista “una cosa es la libertad y otra el libertinaje”). Amén (¡y Awoman!) a la ley de la anaciclosis resumida por Belmonte, cuyo banderillero Miranda llegó a gobernador civil de Huelva. “¿Cómo?”, le preguntó un amigo.
–Pues degenerando, degenerando –contestó el mito desnudo de Chaves Nogales.
[Miércoles, 13 de Enero]