Ignacio Ruiz Quintano
Speaker’s Corner es un rincón londinense donde cualquier persona puede decir cualquier cosa. «Voilà!»: la democracia. Debe de tratarse, pues, del único rincón del mumdo en que uno puede ejercer hoy su derecho a ser honrado. Fuera de ese rincón, todo es acíbar, por supuesto, ya que, como sabemos por los periódicos, nos encontramos otra vez en guerra, consecuencia del instinto guerrero, que es un instinto que carece de explicación: los teólogos lo achacan al pecado original; los marxistas, a la división en clases; los freudianos, a Eros y a Tánatos; los nietzscheanos, a la voluntad de poder; los sociobiólogos, a nuestro pasado animal; los estrategas americanos, a Osama bin Laden; y los políticos españoles, al hecho, ciertamente curioso, de que el Tajo pasa por Toledo. Puesto que resulta imposible acabar con los instintos, Octavio Paz proponía hacer con el instinto guerrero lo que se ha hecho con el instinto sexual: sublimarlo. Y como ninguna sublimación se improvisa —el erotismo no se inventó en un día—, en los nombres de «Justicia Infinita» y «Libertad Duradera» hay que ver sólo el comienzo de un nuevo estilo de sublimar.
Se ha sabido que en América la centralita de la TV de Peter Jennings está bloqueada sólo porque el hombre tuvo desde el primer momento la curiosidad periodística de preguntar en antena por el paradero del presidente Bush: sus telespectadores lo acusaban en términos algo menos que halagüeños de «escepticismo patriótico». Y en Europa arrecia, nada menos que con el nombre de Ratzinger, prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, el auto precisamente de fe contra Silvio Berlusconi, que ha tenido el desliz de declarar públicamente la superioridad de la cultura occidental. No importa que la noción misma de cultura sea sinónimo de elitismo. Ese tío es un patán. «Si empezamos a hacer diferencias entre culturas, estamos acabados», ha dicho el presidente de la Comisión Europea, el italiano Romano Prodi, quien, en el fondo, debía de estar pensando: «Si empezamos a hacer diferencias entre civilizaciones, no acabamos.» «Es inmoral pensar que nuestra cultura es superior», ha dicho el comisario europeo de Relaciones Exteriores, el británico Chris Patten, para quien la moral, desde luego, no pasa de ser un problema estético. «Durante el primer milenio de nuestra era la cultura islámica fue superior a la cultura occidental», ha dicho el cardenal Ratzinger. En cuanto a nuestro portavoz gubernamental, lo único que ha podido decir es que las palabras de Berlusconi son «profundamente desafortunadas», lo cual nos da una idea de la idea que de la fortuna y la profundidad tiene nuestro portavoz gubernamental. Total que, con sus admoniciones, Patten y Prodi se erigen en guardianes del relativismo, que constituye la doctrina ideológica de la Unión Europea. El relativismo nos dará la tolerancia, pero no deja de ser una forma de nihilismo, aunque recubierto con una capa de falsa benevolencia universal. Esta benevolencia es falsa porque, para empezar, se basa en un punto de apoyo estable: íntimamente, nadie —ni Prodi, ni Patten, ni Ratzinger ni nuestro afortunado y somero portavoz gubernamental— pone en tela de juicio la primacía occidental.
«La postura de autoacusación y remordimiento en que se encuentran hoy muchas personas de educación y sensibilidad occidentales es un fenómeno específicamente cultural», tiene dicho hace mucho tiempo el viejo zorro de Steiner, intrigado por una cuestión, la de la «culpabilidad de la civilización», que es genuinamente occidental —«¿Qué otras razas se han mostrado penitentes con aquellos a quienes esclavizaron?»—, tal como lo han puesto de manifiesto estas dignísimas autoridades civiles y eclesiásticas con su innecesaria exhibición de «histeria penitencial» o de «masoquismo penitencial». Si Steiner lleva razón, el número de seres humanos dotados con suficiente empatía para penetrar de veras en otros grupos étnicos, para comprender las reglas de conciencia de una cultura del «tercer mundo», es inevitablemente pequeño: «Todo gurú o publicista occidental que profesa ser el hermano, bajo otra piel, del alma vengativa que se despierta en Asia o en África está viviendo una mentira retórica.» Estas personas, según él, se encuentran, en el sentido más agudo, en «fausse situation». Gomo los guías de Fer, vamos.
Iremos a las cruzadas, pero parecen las «Historias fermosas».
Historias fermosas de Fer
«Todo gurú o publicista occidental que profesa ser el hermano, bajo otra piel, del alma vengativa que se despierta en Asia o en África está viviendo una mentira retórica»