Hughes
Abc
He estado viendo imágenes relacionadas con el Hospital Zendal y con el mural de Ciudad Lineal y en ellas aparecían mujeres con una indumentaria común: llevaban al cuello una bufanda morada, púrpura o carmesí, o al menos con algún toque de ese color. Hay cierta independencia cromática, pero no mucha. La llevan enroscada de un modo que protege del frío y a la vez ofrece libertad de movimientos; a medio camino entre el pañuelo y la braga de ir en moto, como la prenda de alguien activo, que va y viene. No de mujer florero.
La impresión era de cierta uniformidad, y no es la primera vez. Esa prenda aparece en los memes dedicados a lo que llaman “las Charos”, un arquetipo de la mujer feminista e izquierdista, votante rea del PSOE así se coma Sánchez a un niño crudo en el Falcon. Es el pantone de Podemos y del feminismo, por supuesto, pero en esa prenda hay algo especial, algo más. Es un instantáneo marcador de adscripción política y a la vez algo muy ponible, muy del día a día. Algo que podría llevar nuestra madre para ir a comprar. Está en todos lados. Pero es percibirlo en el cuello y de alguna manera refulge, lo dice todo. No todas las que lo llevan son, pero todas las que son lo llevan. Es como una nueva palestina, una palestina madura y discreta. Nada étnico ya, solo de nuestros barrios. Esas bufandas, boas proletarias, son como los pañuelos de nuestras madres de mayo de Lo Público. Podrían ser el símbolo de un partido.
No significan algo tan inmediato y vehemente como el pañuelo del 8-M porque están confundidas en el día a día como lo estaba la pelliza o el jersey del sindicalista. Son un uniforme latente, como si el uso lo hubiera convertido en prenda política. No es que lleven eso porque diga algo, es que de tanto llevarlo ha acabado diciéndolo.
Y el color es femenino, pero femenino de otro modo. Es femenino crudo, sin el primor del rosa. Un femenino ovárico, profundo. Color menstrual, color del moratón solidario. Algo orgánico y afirmativo, aunque también coqueto, porque también es coqueto, y lo llevan las señoras en el ambulatorio sintiéndose guapas igual que se dan unas mechitas de color caoba. Los hombres lo respetan, y si llevan la prenda es en gris o en negro, menos en la tonalidad militante carmesí.
En la imaginería de los tópicos clasistas, esa bufanda sería el opuesto al chaleco de plumas. El chaleco es lo norteño, macho y derechista; la bufanda, lo femenino, sureño y socialista. Las dos abrigan de un modo funcional, y las dos ofrecen una comodidad que se acaba confundiendo con la seguridad. Su alta ponibilidad se ha hecho política.