Hughes
Abc
La izquierda española ha avanzado hoy en su estrategia de estigmatización del otro. Ha dado un salto como mínimo original.
Conocido es que El Otro venía siendo el PP hasta que se selló cierta forma de conformidad vinculada a la definición del régimen. Desde ese momento, El Otro es Vox. Los de Vox, sus líderes y votantes despachados como “fascistas” o como “ultraderecha”, según sea el nivel de desfachatez y/o pedantería del público destinatario.
Conocido es que El Otro venía siendo el PP hasta que se selló cierta forma de conformidad vinculada a la definición del régimen. Desde ese momento, El Otro es Vox. Los de Vox, sus líderes y votantes despachados como “fascistas” o como “ultraderecha”, según sea el nivel de desfachatez y/o pedantería del público destinatario.
Hoy, eldiario.es daba una noticia titulada así: “La calidad del aire en el centro de Madrid se redujo en el día en que Vox sacó cientos de coches a la calle”. La medición de la calidad del aire es una medida que faltaba por utilizar, también acusar a alguien de ensuciarlo. Aunque tampoco es una acusación tan novedosa. Lo que sucede es que la impureza o suciedad se llevan ahora a la esfera medioambiental. Pero la idea no es nueva. La contaminación ya estaba en la visión que los nazis tenían de los judíos, o en cómo los bolcheviques juzgaban a los enemigos del pueblo. La suciedad, la toxicidad y la impureza. Eran contaminantes porque además manchaban la ideología o la raza, en ambos casos la pureza del pueblo.
Esta polución de ahora es una polución literal, un salto de lo biológico a lo ecológico. No se contamina una raza, sino el aire, lo que respiramos, la esfera de salud. En su perfidia, el extremoderechista envenena el aire y luego provoca recortes en “lo público”, causando la muerte o el dolor en “nuestros barrios”. Como en la propaganda de las guerras mundiales: de un lado, la enfermera; de otro, el vil capitalista fumando un puro de contaminación
No es nuevo, pero hoy se ha mostrado más claramente en su dominical desahogo, en el subidón del día después. Lo llevábamos viendo desde hace tiempo en las revelaciones virginales de Greta, cuando acusaba con su dedo terrible a los que acabarían con el planeta. El culpable empezó siendo la humanidad en términos generales y cierta forma de capitalismo, para ir concretándose después. Nuestra izquierda, con ese panel ecualizador de culpas que son los indicadores ambientales de Madrid, adapta el discurso a nuestro mundo cuqui, banal, ciclista, absurdo y Más Madrid, con una retórica en absoluto nueva. “Vox ensucia el aire” no lo ha dicho nadie aquí del adversario político, y en Europa tampoco salvo quizás los nazis cuando consideraban que los judíos ensuciaban el aire que respiraban. Tal cual. Así fue. Eso llegaron a decir. Esos son los antecedentes de la acusación “ensuciar el aire”. (Parece mentira que no lo sepan con la de papers que leen…).
Ese abominable y delirante antisemitismo usaba el concepto de la polución, la mancha judía, y no parecía posible volver a ver algo así… hasta hoy. Dirán que es una simple información, pero horas antes, el humorista Queque había tuiteado: “Entorpecer y contaminar. Lo que han hecho siempre”. Que fuera un humorista no era casual. El humorista tiene aquí la función de decir lo indecible, de acercarse a ciertos límites, siendo el jiji y el jaja las siniestras cortinillas de la caricaturización del Otro.
La idea de gente contaminante es literal, pero también algo más que literal. Si ensucian el aire, ¿qué no harán con el discurso? Vox ensucia el cielo y, por descontado, el espacio público. Un meme de ayer mismo señalaba la distancia social necesaria con alguien de Vox: diez veces superior a la requerida ante una “persona normal”.
Que este lenguaje de alucinantes resonancias, de estigma e incivismo, que nos hace recordar la mancha biológica del judío creando la mancha ecológica del “fascista” se proyecte mientras se acusa, precisamente, de odio es una de esas endemoniadas inversiones de las cosas a las que empezamos a estar acostumbrados. Aquí, donde el terrorista se ha adueñado del lenguaje humanitario y la víctima es insultada si decide ejercer sus derechos políticos.
No es nuevo, pero hoy se ha mostrado más claramente en su dominical desahogo, en el subidón del día después. Lo llevábamos viendo desde hace tiempo en las revelaciones virginales de Greta, cuando acusaba con su dedo terrible a los que acabarían con el planeta. El culpable empezó siendo la humanidad en términos generales y cierta forma de capitalismo, para ir concretándose después. Nuestra izquierda, con ese panel ecualizador de culpas que son los indicadores ambientales de Madrid, adapta el discurso a nuestro mundo cuqui, banal, ciclista, absurdo y Más Madrid, con una retórica en absoluto nueva. “Vox ensucia el aire” no lo ha dicho nadie aquí del adversario político, y en Europa tampoco salvo quizás los nazis cuando consideraban que los judíos ensuciaban el aire que respiraban. Tal cual. Así fue. Eso llegaron a decir. Esos son los antecedentes de la acusación “ensuciar el aire”. (Parece mentira que no lo sepan con la de papers que leen…).
Ese abominable y delirante antisemitismo usaba el concepto de la polución, la mancha judía, y no parecía posible volver a ver algo así… hasta hoy. Dirán que es una simple información, pero horas antes, el humorista Queque había tuiteado: “Entorpecer y contaminar. Lo que han hecho siempre”. Que fuera un humorista no era casual. El humorista tiene aquí la función de decir lo indecible, de acercarse a ciertos límites, siendo el jiji y el jaja las siniestras cortinillas de la caricaturización del Otro.
La idea de gente contaminante es literal, pero también algo más que literal. Si ensucian el aire, ¿qué no harán con el discurso? Vox ensucia el cielo y, por descontado, el espacio público. Un meme de ayer mismo señalaba la distancia social necesaria con alguien de Vox: diez veces superior a la requerida ante una “persona normal”.
Que este lenguaje de alucinantes resonancias, de estigma e incivismo, que nos hace recordar la mancha biológica del judío creando la mancha ecológica del “fascista” se proyecte mientras se acusa, precisamente, de odio es una de esas endemoniadas inversiones de las cosas a las que empezamos a estar acostumbrados. Aquí, donde el terrorista se ha adueñado del lenguaje humanitario y la víctima es insultada si decide ejercer sus derechos políticos.