Suplentes del Schalke enmascarados
El infierno de Iduna Park helado
El pisotón de Juanito
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Un partido de fútbol a puerta cerrada es un castigo. Así nos lo tienen dicho la Uefa, la Fifa y todas las efes que signifiquen fútbol profesional. Un castigo morrocotudo que directivas y aficionados acatan porque los jugadores o los hinchas de su equipo se han portado “mu malamente”. En el mal comportamiento de unos y otros suele tener que ver cierta chulería arbitral, estudiada provocación de los elementos rivales y los demonios enredando en cabeza propia, pero estos son achaques que se pretenden atenuantes sin fundamento alguno.
Un partido de fútbol a puerta cerrada es un castigo. Así nos lo tienen dicho la Uefa, la Fifa y todas las efes que signifiquen fútbol profesional. Un castigo morrocotudo que directivas y aficionados acatan porque los jugadores o los hinchas de su equipo se han portado “mu malamente”. En el mal comportamiento de unos y otros suele tener que ver cierta chulería arbitral, estudiada provocación de los elementos rivales y los demonios enredando en cabeza propia, pero estos son achaques que se pretenden atenuantes sin fundamento alguno.
Hubo un tiempo que la Uefa castigaba con no jugar en tu campo y así el Madrid tuvo que ir a Valencia, creo, cuando un tronado al que se bautizó como “el loco del Bernabéu” saltó al campo y soltó un puñetazo de padre y muy Señor mío al colegiado Linemayer, un árbitro con mucho nombre que pitaba una semifinal de Copa de Europa en el Bernabéu ante el Bayern de Múnich. Diez años después en otra semifinal de Copa de Europa con los mismos clubes como protagonistas el inigualable Juan Gómez “Juanito” que tenía fijación obsesiva precisamente con el Bayern pisó la cabeza de Lottar Matthaus en Múnich y en la vuelta en el Bernabéu los Ultra Sur alcanzaron con un petardo al imponente portero belga Jean Marie Pfaff. A consecuencia de tan graves incidentes Juanito se tuvo que ir del Real Madrid, pues le condenaron a no jugar en Europa durante cinco temporadas y al Real Madrid le sancionaron a jugar dos partidos a puerta cerrada. Resultó que en la primea eliminatoria de la siguiente temporada tocó el Nápoles de Maradona -entonces la Copa de Europa la jugaban sólo los campeones de Liga- y todos estuvimos pegados al televisor conscientes de estar ante dos horas históricas. “El partido del Silencio” lo llamaron y confieso que estuve solo en casa y con el volumen a tope muy pendiente por si sentía la voz del Diego. Fue un castigo al Real Madrid y a sus aficionados. Una rareza con fundamento jurídico que no quitó emoción al partido porque la situación llegó a ser atractiva por su anormalidad.
Los que mandan en el fútbol pretenden convertir la anormalidad de un partido sin público en cotidiana programación televisiva. La idea no me parece enjundiosa pero ¡claro! del negocio no entiendo nada. La prueba de los últimos partidos de Champions ¡y era Champions! no alcanzó para un servidor la mínima calidad que requiere tal espectáculo y ¡bueno! ver el Dortmound contra el Schalke el otro día resultó un ejercicio propenso a arrastrate a la depresión. Creo que el fútbol tiene su liturgia: su previa, sus comentarios, sus cánticos, descensos, ascensos, 2ªB, Tercera... y por supuesto sus sanciones. El perjuicio que buscan los organismos del fútbol cuando sancionan a un club a jugar a puerta cerrada no llega a incomodar ni la décima parte de lo que incomoda la situación actual. Esto va a ser un castigo más que ejemplar para todos pero sería terrible que el personal se adapte como con el VAR y el fútbol se convierta en una de tantas series que sólo se puede seguir por televisión.
“¿Y los que queremos ver la Gimnástica Segoviana contra el Real Ávila en qué cadena o plataforma lo ponen?” No creo que degeneremos tanto...