Lorenz von Stein
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu” es la célebre sátira contra el gobierno de Napoleón III que Maurice Joly publicó sin firma en Bruselas. Cuando lo pillaron, le aplicaron esa extrema modernidad centrista que es el delito de odio (“excitación al odio y al menosprecio del Gobierno”) y lo encerraron en un chabolo del Imperio.
–En política –dice Maquiavelo a Montesquieu– todo está permitido, siempre que se halaguen los prejuicios públicos y se conserve el respeto por las apariencias.
–Conserváis los nombres, suprimís las cosas –contesta Montesquieu–. Es lo que hizo Augusto en Roma cuando destruyó la república. Seguía existiendo un consulado, una pretoría, un tribunado, pero ya no había cónsules ni pretores ni censores ni tribunos.
En España, hoy, a un escritor satírico le daría, como mucho, para un diálogo en el Infierno entre Calvo y Batet, doctoras en Derecho Constitucional.
–Pretender imponer un marco constitucional a más de dos millones de catalanes no es la solución –dice Batet, que preside el Congreso y que en el arreglo de divorcio debió de quedarse con los apuntes políticos de Lassalle.
En “El Bulli”, este cojonudismo hispánico se hubiera llamado “constitucionalismo a la Carta (Magna) ‘sur mes balles’”. Nada que ver con el decisionismo de un Lorenz von Stein, un liberalio alemán en la corte del emperador del Japón:
–En el Estado constitucional, la constitución es la expresión del orden social, la existencia misma de la sociedad ciudadana. En cuanto es atacada, la lucha ha de decidirse fuera de la constitución y del derecho, en consecuencia por la fuerza de las armas.
Basábase Stein en la resolución ateniense del 410 a. C. que declaraba que todo aquel que pretendiese disolver la democracia ateniense “sería un enemigo de los atenienses”.
A Batet se le hace bola el decreto de Demofanto, y su solución es cambiar el Preámbulo constitucional: “Esto es lo que hay. Sírvase respetar únicamente los artículos que le gusten”.