David Gistau y Jorge Berlanga
Al cielo iremos los de siempre
(Foto: cortesía de Eva Zorzo)
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El Bernabéu despidió anoche a David Gistau, en su juventud uno de sus habituales más ruidosos, con un minuto de silencio, que a mí me hubiera gustado vivirlo con El Oso, su amigo del corazón, un hombrón que vive para los libros de Historia, que destina sus vacaciones a recorrer las rutas de Cortés y Pizarro (“no, este verano visité a los últimos de Filipinas”, me dijo en el velatorio) y que ya no viaja con el Madrid (“sólo voy al Bernabéu”) porque el equipo (o tal vez la fuerza expedicionaria) le aburre.
“Padrenuestro de la nada”, llamó Foxá, uno de los grandes articulistas que frecuentó Gistau, al “minuto de silencio” de nuestro tiempo. El silencio, desde luego, es consigna masónica:
–Los éxitos que he tenido pueden atribuirse, quizás, a tres cosas: la primera es el silencio, la segunda es más silencio, mientras que la tercera es mucho más silencio todavía –se le oyó decir al financiero sueco Ivar Kreuger antes de suicidarse en su piso de París, “mártir de la libra y de la bancarrota alemana”, en palabras, aquí, de Maeztu.
Pero los minutos de silencio en los estadios ni son minutos, porque ningún español aguanta tanto tiempo callado, ni son de silencio, porque los clubes amenizan la espera con música de situación. En el Campo Nuevo a los culés les ponen “El canto de los pájaros” (el águila y el gorrión, el verderón y el pardillo, el ruiseñor y el canario, la abubilla y el herrerillo, el cuco y la perdiz…), que recoge el gozo pajaritero por el nacimiento de Jesús en el establo de Belén, pasado por el violonchelo de Pau Casals. En el Bernabéu, más bizarro (eso lo dan las Copas de Europa), al madridismo le ponen el “Hasta que llegó su hora” de Ennio Morricone, con Henry Fonda (“el cine es ver caminar a Henri Fonda”, nos dejó dicho John Ford) y Charles Bronson a las órdenes de Sergio Leone.
El caso es que los silencios del Bernabéu son sus minutos de silencio, que no hay que confundir con los silencios de la Maestranza que tanto discutimos (¡los de José Tomás, David, la tarde del 2001!) en los bares y madrugadas de Santa Cruz. (En el Bernabéu, en realidad, sólo ha habido un silencio maestrante, que fue el silencio que mucho impresionó a don Santiago Bernabéu la noche del 0-5 del Barcelona de Cruyff). Como padrenuestros de la nada, los silencios del Bernabéu no son silencios de vida, como, al decir de Bergamín, es el silencio afirmativo de Dios. Pero tampoco son silencios de muerte, silencio que espanta, como, al decir del mismo Bergamín, es el silencio de Hamlet. El minuto de silencio de anoche fue un penúltimo abrazo a Gistau, un madridista que creció en el Bernabéu queriendo ser de mayor Bonet, Paco Bonet, aquel central rubio y expeditivo de Almuñécar, y que, al cabo, se ha visto en su Fondo Sur saliendo a hombros con el himno de Morricone. ¿Qué te parece, Oso?
Y todo ahora que Zidane vuelve a Europa, con lo que eso significa en cuestión de señales y prodigios. Guardiola es el modelo de entrenador para Zidane, pero a Guardiola le ha metido la Uefa, esta semana, la estocada suprema: dos años de sanción para su City, que ya no sabemos si es un club de fútbol o un fondo de inversión. ¡En nombre del fair play financiero!
Primero fue el fair play deportivo, un invento británico que Julio Camba se encontró al llegar a Londres y que le pareció una bobada, algo así como la cándida ilusión de un pueblo que creía haber descubierto una manera leal y caballeresca de pescar truchas, cazar zorras… y meter goles. Y ahora es el fair play financiero, que es lo dicho para las truchas, las zorras y los goles, pero aplicado a las libras, los euros y los dólares.
Lo de la vara de Moisés separando las aguas del Mar Rojo es un truco de Juan Tamariz al lado del derrumbe institucional del City cuando debe vérselas con Zidane. El acontecimiento abre de par en par las puertas de la Juventus a Guardiola, el Napoleón del tiquitaqué socialdemócrata, si le dejan arrasar Italia luego de haber arrasado España, Alemania y Albión. Cristiano y Guardiola juntos. Y Pogba. Con el Madrid otra vez campeón de Europa sin Pogba y sin Cristiano, que este verano parecían las columnas de Hércules que le faltaban al Madrid. Menudo año chino, por interesante, nos aguarda.
La presión en el fútbol es una extravagancia que a España trajo Terry Venables. La puso en práctica en el Barcelona, pilló a los demás desprevenidos y se llevó la Liga de calle, casi como todas las Ligas que luego se han llevado los culés. ¿Cómo puede ser que en el palmarés madridista de Sergio Ramos figuren sólo cuatro Ligas? Por la falta de presión. El ayudante de Klopp en el Liverpool, Pepijn Lijnders (con ese nombre, en Sevilla lo llamarían Pepín Cabrales), dice que en su equipo la presión los jugadores tienen que sentirla (y lo que es más difícil: realizarla), no con la cabeza, sino con el corazón. En el Madrid, en cambio, la presión (época de Mourinho aparte) suele hacerse con los ojos. Y de ahí las Ligas perdidas.