Pandora
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Entre Corredor en la presidencia de la REE y Pablemos en la comisión del CNI, lo escandaloso en una sociedad moral sería lo primero. Después de todo (en España todos son lo que son “después de todo”), Pablemos, cuya figura entera inspira un poder irregular, siempre nos pareció una criatura del CNI, que es la forma popular de explicar (¡masón o espía!) a alguien que con nada llega a todo.
Pablemos no es un líder de izquierdas, consideración que, según Gramsci, sólo puede obtener aquél cuyo enriquecimiento no supere al del último de sus seguidores. Si acaso, es un agitador comunista que no se contenta con recibir lo que prefiere conquistar, siempre, eso sí, con la tranquilidad que da una nómina del Estado, pues pertenece a una dinastía de servidores del Estado (franquista, primero, y luego monárquico) en Trabajo, el ministerio ideológico por antonomasia.
–Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado –era el españolísimo lema de Gentile.
Pero un tipo que puede vicepresidir el gobierno, ¿por qué no iba a poder frecuentar el bar del CNI? Un hombre sin información es un hombre sin opinión, y el vicepresidente opina como una parpayuela, sin parar, y eso supone muchos chismes que se consumen como si fueran pellets. ¿Quién los produce?
En Cuba, ese sueño húmedo de nuestro comunismo postconciliar, las mejores agentes, según Cabrera Infante, eran las habaneritas del G2, código americano que Batista pidió prestado para dejarlo de regalo a Castro.
–Si perteneces al G2, muchachita, y eres joven y bella, puedes convertirte en un delicado detector de enemigos del Partido, el pueblo, la patria.
Por lo demás, ¿qué secretos de Estado puede haber hoy en España? Cuando Calvo-Sotelo llegó a La Moncloa, fue a la caja fuerte de los secretos de Estado y sólo había un papel con el pin para abrirla. ¡Ahí se jodió el mito de la caja de Pandora! El cofrecillo que Ivan Illich vio en un escaparate neoyorquino: lo abrías y salía una mano mecánica que cerraba la tapa.